náufragas borracheras proletarias
Bajo las sombras del puerto de Hamburgo, las furtivas luces rojas inmolaron
el lastre de mi castidad. Entre náufragas borracheras proletarias y baratas
dosis de lujuria no tan ampliamente recompensada, encontré algo parecido al
hedonismo vedado a mi familia en Aalborg. Casi de inmediato debí pagar la
venérea factura de mis correrías mientras recorría los puertos del Báltico. El
pene me ardía, mis músculos se atrofiaban y los mil demonios del mal vodka me
hablaban al oído en las insomnes madrugadas de tormenta.
Hasta los 30 años fui un marinero pobretón sin gloria ni hedonismo más allá de mis
melancólicas veladas bañadas en alcoholes baratos y las furtivas
incursiones al barrio rojo de Hamburgo.
La vida no me sonreía, las resacas del mal vodka letón eran infernales y mis
deslices prostibularios cobraban su venérea factura. Un hombre en mis
condiciones difícilmente habría podido vivir más de medio siglo y sin duda yo
hacía méritos para una muerte temprana, hasta que en 1752 me embarqué por vez
primera en una expedición cuya misión no era ir a vender arenque y comprar
vodka en los puertos del Báltico. Era una misión cartográfica cuyo objetivo era localizar los vestigios de
las antiguas colonias vikingas en Groenlandia, una auténtica nave de los locos
en donde a mí me tocaría hacerla de lacayo. La comandaba el capitán Peder Olsen Walløe.