Eterno Retorno

Monday, December 13, 2021

Pericos atlistas

 


Se llamaban Pedro y Carlos Fernández del Valle, les apodaban “los Pericos” y el arbolito genealógico narra que eran tíos de mi abuelo Agustín. Nacidos en Guadalajara a finales del Siglo XIX, los hermanos Fernández del Valle estudiaron en Inglaterra, concretamente en el colegio Saint John y fue ahí donde se enamoraron del futbol. De regreso a tierras tapatías, los Pericos se juntaron con su amigo Juan José “Lico’ Cortina y su hermano Alfonso y una tarde de verano de 1916 materializaron su sueño de fundar un equipo de futbol siguiendo el modelo de las academias británicas. El equipo fue bautizado en honor del titán griego que es sostén del mundo: Atlas. Pedro Fernández del Valle (quien debe haber sido mi tío-bisabuelo) fue el primer director técnico del naciente equipo de camisa rojinegra que pronto empezó a dar de qué hablar por la elegancia con que jugaban al futbol. No, no se me confundan: en asuntos futboleros yo soy radicalmente monoteísta. Soy Tigre nacido en el Año del Tigre y Tigre voy a morir. Sin embargo, si hay una única camiseta de todo el futbol mexicano aparte de la de Tigres que me he llegado a poner como aficionado, es la del Atlas. Más allá de la leyenda de los antepasados fundadores, la realidad es que siempre me ha caído bien la Academia Rojinegra. Me parece un equipo muy digno y su combinación de colores es sumamente elegante. La vibra que se respira en sus litúrgicos juegos nocturnos en el Estadio Jalisco me parece de lo más auténtica, algo brutalmente honesto, todo lo contrario a lo que me trasmite su chivero vecinito, que me parece la quintaesencia del villamelonismo chafa. Ser atlista es una declaración de principios e integridad, dignos como un hidalgo medieval, sin fortuna pero con casta y abolengo. Cierto, en términos futbolísticos nada puede ser tan feliz como una Navidad Tigre, pero confieso que la vuelta olímpica rojinegra me ha alegrado el invierno.