St Francis
Lo que la lumbre se llevó. Extraña es la puntualidad del
fuego a la hora de destruir reliquias tijuanenses. A cenizas fue reducido el
Foreing Club en 1920, el Hipódromo de Johnny Alessio en 1970, pinturas Calette
hace un lustro o el Chiki Jai en 2018. Anoche ardió el antiquísimo Hotel St
Francis y un siglo de historia y fantasmas fueron polvo de noche. Sin duda
pronto veremos ahí algún edificio con lofts hípsters e impagables cafés
orgánicos. Solo una vez entré al Hotel St Francis. Hace unos cuantos años, allá
por 2006 0 2007, un narrador noir angelino llamado Chuck Freadhoof me pidió
(como mucha gente me pedía en ese entonces) que fuera su guía en la ciudad.
Estaba escribiendo una novela que tenía Tijuana como escenario y quería
impregnarse del aura negra de la ciudad. Aparte del predecible “paseo inmoral”
por la Coahuila y la Plaza Santa Cecilia, Chuck estaba particularmente
interesado en visitar el Hotel St Francis. Fingiendo ser potenciales huéspedes,
pedimos que nos enseñaran una habitación a ver si la tomábamos. Freadhoof entró
al cuarto, observó en silencio, se asomó por la ventana mirando a la calle
Segunda y tomó algunos apuntes mientras imaginaba a su detective acostado ahí mismo
en alguna turbulenta noche criminal. Pensé que pernoctaría en el lugar pero
minutos después optó por irse. No volví a tener contacto con él e ignoro si la
novela fue escrita y si acaso la habitación del viejísimo hotel fue escenario
de su trama detectivesca. Desde ayer el hotel St Francis es puro vestigio
carbonizado. Construido en Imperial Beach California en 1905 y transportado en
partes a Tijuana, permanecía desde 1928 en su actual ubicación. Más allá de las
mil y una leyendas sobre si alguna vez se hospedó ahí María Félix, si fue
locación de películas (Borderland la última de ellas) y si había en sus
habitaciones fenómenos paranormales, pienso en las infinitas historias que
jamás conoceremos: el desbarrancadero ontológico del suicida, el idilio de los
furtivos amantes, la catarsis del hedonista, la furtividad del prófugo. Hoy
todo es ceniza, como seremos todos más temprano que tarde. Tijuana es una
ciudad que se devora a sí misma y cambia de piel como las serpientes. La ciudad
deglute e incinera cualquier vestigio de nostalgia. Tijuana no tiene pasado.
Hoy muchos migrantes contemplaron por vez primera a Tijuana pero otros tantos
no volverán a verla al amanecer, como no volvió a verla la mujer ejecutada de
la portada, que expiró el mismo día que el St Francis y sus espectros.