Eterno Retorno

Friday, December 10, 2021

St Francis

 


Lo que la lumbre se llevó. Extraña es la puntualidad del fuego a la hora de destruir reliquias tijuanenses. A cenizas fue reducido el Foreing Club en 1920, el Hipódromo de Johnny Alessio en 1970, pinturas Calette hace un lustro o el Chiki Jai en 2018. Anoche ardió el antiquísimo Hotel St Francis y un siglo de historia y fantasmas fueron polvo de noche. Sin duda pronto veremos ahí algún edificio con lofts hípsters e impagables cafés orgánicos. Solo una vez entré al Hotel St Francis. Hace unos cuantos años, allá por 2006 0 2007, un narrador noir angelino llamado Chuck Freadhoof me pidió (como mucha gente me pedía en ese entonces) que fuera su guía en la ciudad. Estaba escribiendo una novela que tenía Tijuana como escenario y quería impregnarse del aura negra de la ciudad. Aparte del predecible “paseo inmoral” por la Coahuila y la Plaza Santa Cecilia, Chuck estaba particularmente interesado en visitar el Hotel St Francis. Fingiendo ser potenciales huéspedes, pedimos que nos enseñaran una habitación a ver si la tomábamos. Freadhoof entró al cuarto, observó en silencio, se asomó por la ventana mirando a la calle Segunda y tomó algunos apuntes mientras imaginaba a su detective acostado ahí mismo en alguna turbulenta noche criminal. Pensé que pernoctaría en el lugar pero minutos después optó por irse. No volví a tener contacto con él e ignoro si la novela fue escrita y si acaso la habitación del viejísimo hotel fue escenario de su trama detectivesca. Desde ayer el hotel St Francis es puro vestigio carbonizado. Construido en Imperial Beach California en 1905 y transportado en partes a Tijuana, permanecía desde 1928 en su actual ubicación. Más allá de las mil y una leyendas sobre si alguna vez se hospedó ahí María Félix, si fue locación de películas (Borderland la última de ellas) y si había en sus habitaciones fenómenos paranormales, pienso en las infinitas historias que jamás conoceremos: el desbarrancadero ontológico del suicida, el idilio de los furtivos amantes, la catarsis del hedonista, la furtividad del prófugo. Hoy todo es ceniza, como seremos todos más temprano que tarde. Tijuana es una ciudad que se devora a sí misma y cambia de piel como las serpientes. La ciudad deglute e incinera cualquier vestigio de nostalgia. Tijuana no tiene pasado. Hoy muchos migrantes contemplaron por vez primera a Tijuana pero otros tantos no volverán a verla al amanecer, como no volvió a verla la mujer ejecutada de la portada, que expiró el mismo día que el St Francis y sus espectros.