La ambigüedad emocional que padezco frente al espíritu de la época que todo lo corroe.
Acaso mi sentir en torno al toreo sea
la muestra más plausible de la ambigüedad emocional que padezco frente al
espíritu de la época que todo lo corroe. Hace algunos años yo podía ser
considerado como un opositor a la fiesta brava e incluso en los años noventa
acudí a algunas manifestaciones anti-taurinas, sin embargo algo ha cambiado en
mi interior. Nunca he acudido a una corrida de toros y posiblemente nunca acuda
a alguna en toda mi vida. El toreo no me gusta ni me gustará y sin embargo (por
contradictorio que les parezca) creo que lamentaré sinceramente el día (cada vez más cercano) en que las
corridas finalmente sean declaradas ilegales y desaparezcan. ¿Por qué? Acaso
porque la muerte de la fiesta brava representará un peldaño más en el empoderamiento de una nueva inquisición a la
que detesto. Pongo otro ejemplo: nunca he sido un fumador (solo ocasional y por
breves rachas) y sin embargo, pese a que el cigarro no es lo mío, me da un poco
de rabia ver la hostilidad frente a los
fumadores orquestada por el nuevo puritanismo. Los enemigos del toreo y los
enemigos del cigarro son los mismos imbéciles que desean censurar a Tom
Sawyer, a Lo que el viento se llevó
o a Pepe
Le Pew; la misma caterva de neo mojigatos obsesionados
con la comida vegana y el lenguaje políticamente correcto; los ridículos inquisidores millenials empeñados
en detectar vestigios de racismo, colonialismo o sexismo en caricaturas y
canciones infantiles. Hay algo en el espíritu de la época que apesta y es sobre
todo esa moralina puritana que todo lo impregna y cuya respuesta frente a todo
aquello que les indigna es cancelar,
eliminar, anular o bloquear. Es la cultura de la cancelación o
generación woke, una expresión que podría traducirse como “políticamente despierta”. El desafiar y
romper con viejas estructuras es inherente a la juventud. Qué bueno que haya
millones de jóvenes con la ira y la energía para rebelarse y querer cambiar formas
de pensamiento anacrónicas. El problema es que la cultura de la cancelación se
ha convertido en una enemiga declarada de la libertad de expresión y en una
censora más férrea e intolerante que un régimen tiránico. Me emociona ver cómo
la sociedad avanza y se vuelve cada vez más tolerante en lo que a libertades
individuales respecta. Me encanta que una persona pueda expresar libremente sus
preferencias sexuales y que exista la alternativa legal para que personas del
mismo sexo contraigan matrimonio, pero de ahí a querer borrar de golpe y
porrazo el estudio de la mitología griega por considerarla sexista o querer
boicotear las canciones de Cri-Cri por contener supuestas expresiones racistas
me parece una franca estupidez. Herir la sensibilidad es una expresión que
encanta a la hipersensible generación woke
a la que hace falta muy poco para ofenderla y que parece aferrada a
encorsetar a personajes del pasado en los valores y la moral de un intolerante
presente. Vaya, no puedes juzgar a
Hernán Cortés bajo los criterios éticos del Siglo XXI ni puedes pretender que
un autor del Siglo XIX se rija bajo los parámetros de lo que para esta generación
resulta políticamente correcto. Borrar, cancelar, eliminar o pretender que algo
no existe porque no se le menciona no me parece el mejor camino.