yacer a un lado del camino y a devorar las sobras del banquete al que no fueron invitados.
Hace
no mucho les dijiste a tus alumnos que los mendigos son los seres más
universales y atemporales de la humanidad. Les explicaste que sin importar la época, la cultura o la
geografía, ellos siempre han estado y
estarán ahí. Lean los libros más antiguos o asómense a la ventana y verán que la
historia no ha cambiado. A los pordioseros los encontramos en el Antiguo Testamento o en los santuarios
digitales del Siglo XXI; en el Egipto de
los faraones o en el San Francisco de las startups y los encontrarán sus hijos
o sus nietos en las nonatas ciudades del mañana porque siempre habrá en el
mundo alguien condenado a quedar afuera del juego, a yacer a un lado del camino
y a devorar las sobras del banquete al que no fueron invitados.
Por
respuesta obtenías una retahíla de bostezos y alguna distraída pregunta
¿Qué
es yacer profe? ¿Qué es nonata? ¿Cuál
banquete?
Pero eso no va a venir en el examen ¿verdad profe?
No,
pero se los explico para que entiendan el contexto. Grandes doctrinas
filosóficas nacieron en las calles. Sócrates, Diógenes y no pocos profetas
cristianos vivían en una suerte de indigencia. Ellos, a diferencia de ustedes,
no fueron a una escuela.
Esa
fue una de las últimas charlas que tuviste con tus alumnos y ahora que lo
piensas, cada vez con mayor frecuencia hablabas de la mendicidad, acaso porque
ya intuías lo cerca que podías estar de ella.
La
vida había dejado de sonreírte en ese entonces y tus ingresos, de por sí
magros, empezaron a enflacar. Primero te redujeron las horas de clase. De cinco
horas que dabas a la semana ahora solo darías dos. Los grupos se fueron
compactando y tu clase de Introducción a las doctrinas filosóficas se
impartiría como materia de tronco común a las carreras de Comunicación y
Derecho. Con lo ganado apenas alcanzaría para pagar la renta de tu cuchitril y
no para mucho más. Después llegó la pandemia y con ella los desafíos tecnológicos
que jamás pudiste encarar…