El empujón del tiempo no tuvo piedad. Nuestra época es una enorme guillotina. Fría, contundente, despiadada, capaz de matarnos con tal rapidez, que a menudo tardamos años en reparar en nuestra propia muerte. Nuestro tiempo es veloz y fulminante como la cuchilla revolucionaria cayendo sobre sobre mil y un cuellos. La vida y la historia corren tan rápido, que sus desplazados demoramos algún tiempo en saber que el tren nos ha abandonado en medio del desierto.
El presente es un enorme altar de sacrificios que cada noche es bañado con la sangre del ayer. Lo caduco, lo obsoleto, lo pasado de moda son las víctimas elegidas para ser inmoladas a diario en la piedra sacrificial. El dios de lo absolutamente moderno exige siempre sangre fresca. Cierto, la condena a muerte del ayer puede ser una de las constantes de la historia, sobre todo para aquellos que la conciben lineal y progresiva, sin embargo hasta hace no mucho las inmolaciones eran graduales, paulatinas y se iban consumando con el sosiego de un natural proceso evolutivo. Hoy, en cambio, la historia tiene demasiada prisa. Los cuerpos inmolados en el altar del presente coexisten con sus verdugos. Los muertos y los que aún no acaban de nacer convivimos en este gran carnaval.(Bajo la lux de una estrella morta)
Monday, June 08, 2020
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