En algún momento yo leí mucha novela negra escandinava. Muchísima. Leí casi todo Mankell y luego Stieg Larsson disparó la moda y las traducciones. La novela negra escandinava es como la socialdemocracia del Noir, muy clavados en temas como feminismo, migración, violencia contra la mujer. Herencia de Maj Sjowall y Per Wahloo. De hecho han puesto de moda a las detectives del sexo femenino como ocurre con Asa Larsson y Camila Lackberg. Es una ola, una movida y la industria editorial a menudo actúa en automático. Entre los escandinavos hay cosas muy buenas, pero muchas otras prescindibles. Los latinoamericanos tenemos que picar piedra. Parecería que hoy en día es irrelevante dónde vives y dónde editas, pero la verdad es que nos seguimos perdiendo de muchas cosas. Hay muchísimos colombianos muy buenos que solo editan en Colombia o argentinos que solo editan en Argentina, o ecuatorianos que solo editan en Ecuador y jamás los leemos en México. Hablo de esos tres países porque he estado en estrecho contacto con ellos y los he visitado recientemente. En Sudamérica son muy receptivos. España, por desgracia, sigue monologando y ni hablar de Estados Unidos. Son mercados editoriales cerrados y guiados por el estereotipo. Me parece que en Estados Unidos solo se acepta a nivel masivo lo que corresponde con el cliché latino o chicano. Creo que lo que están haciendo sellos como Nitro Press ayuda mucho a que nos conozcamos. Gracias a Nitro conocí a Lorenzo Lunar, Nicolás Ferraro, Rebeca Murga, Gabriela Cabezón, Kike Ferrari, Paula Parisot. Es como una guerra de guerrillas del underground literario. Gracias a Contrabando este año publicamos en España De narcos a luchadores, un libro tripartita en donde comparto el espacio con Carlos Padilla y Aldo Rosales. Gracias al premio Fundación El Libro pude editar en Argentina Juglares del Bordo y gracias que llegué a la final del García Márquez edité Días de whisky malo en Colombia. Es una brega de terquedad y persistencia, pero somos tercos.
Tuesday, January 28, 2020
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