Baricco y el futbolito
Con esa socarrona actitud de irónico profeta apocalíptico que tan bien se le da, Alessandro Baricco habla del momento histórico en que según él, Space Invaders llegó al mundo para desbancar al futbolín de mesa. El juego de las naves y los marcianitos, inventado por Nishikado Tomohiro, fue el equivalente a la primera gran huella geológica de un gran seísmo planetario que todo lo transformó, toda vez que inauguró la postura física y mental en la que el hombre del Siglo XXI pasa más tiempo: dedos en las teclas dando órdenes, ojos en la pantalla verificando resultados; el Zeitgeist de nuestra era, la imagen por excelencia del sapiens digital (mi propia imagen al momento de escribir este texto). Recuerdo el momento en que el Atari irrumpió en nuestra vida, en el verano del 83, cuando Pac-Man y los invasores espaciales se instalaron en nuestra casa de la Loma Larga. Sin embargo, la historia de mi vida contradice a Baricco. Si se hiciera una bitácora final de las horas ociosas de mi existencia dedicadas al futbolito o a cualquier clase de videojuego, la conclusión es que el futbolín gana por inmisericorde goleada. Ningún juego de Nintendo, Atari, Sega y similares ha podido hacer siquiera sombra al placer y la abstracción absoluta que me genera girar jugadores de madera que disputan una pelotita.Este futbolito de madera que me regalaron Carol e Iker por el Día del Padre, ha sido el mejor obsequio material que he recibido en mi vida adulta. Dice Baricco que “un futbolín no podía ser más que un futbolín” a diferencia del infinito menú de alternativas que ofrece un videojuego. El detalle es que el placer está precisamente en ello: un futbolín solo puede ser un futbolín y por eso mismo es perfecto y en la esfera de mis filias lúdicas nada puede superarlo. Leo esta Cartografía de la insurrección digital bautizada por Baricco simplemente como The Game, que nos lleva navegando por los continentes de la gran revolución digital. Baricco (el mismo que escribió Seda y Océano Mar) lo tiene claro: no solo cambiaron las reglas del juego, sino que cambió por completo el juego que jugamos. Cuando hago un inventario de las laptops, iPads, iPhones y dispositivos digitales diversos que hay en este hogar, me doy cuenta de que cuánta razón tiene el de Turín. Sí, lo digital rige nuestras vidas y sin embargo, hay una parte de mí que se aferra a la trinchera de la tradición: nunca he comprado un producto en Amazon y nunca he comprado un libro electrónico. Tampoco habrá artefacto digital por perfecto que sea (ni el FIFA 2030 o el FIFA 3000) que pueda arrancarme de mi perfecto y confortable futbolito de madera. ¿Me estás oyendo pinche Baricco?