Respirar el texto: a leer en voz alta se ha dicho
Aquí viene un capítulo polémico. Dijo Baudelaire que en la Declaración Universal de los Derechos del Hombre debe estar consagrado el derecho a contradecirse. Pues bien colegas, yo aquí voy a sonar contradictorio. He dicho más de una vez que lo prioritario es concentrarse en contar una buena historia, en encontrar desde el primer párrafo su centro neurálgico y en abrir al puro estilo de los buenos reporteros, yendo al punto y sin rodeos. Pues bien, aquí viene la mayor contradicción de este taller: no basta con que el texto esté bien redactado y cumpla con la sintaxis. Hace falta que suene bien. Tu texto puede aparentemente no tener fallas estructurales, pero para ser un texto inolvidable a veces hace falta cierta cadencia y esa solo la da la lectura de poesía. Muy a menudo me sucede que he terminado un cuento y a la hora de respirarlo reparo en que no me gusta. No hay errores aparentes y sin embargo no me late cómo suena. El mejor ejercicio en esos casos es leerte a ti mismo en voz alta. Tu cuento debe ser respirable. Si a la hora de pronunciar las palabras te atropellas o te tropiezas y simplemente no das con el ritmo adecuado de lectura, es que algo hiciste mal. Tomen con reservas este apartado, que tiene más que ver con el hedonismo lector que con la efectividad. Me gusta leer prosistas rítmicos. Tal vez el caso más prototípico sea García Márquez y el punto más alto mi tocayo Daniel Sada. Con Sada importa muy poco qué historia me está contando. Me basta con abandonarme al ritmo de su prosa y a sus vocablos inventados. Yo mismo debo admitir que la mayoría de mis párrafos de apertura están hermanados por un mismo ritmo. Independientemente del tema, son frases que tienen la misma cadencia. Claro, estoy lejos de poder mantener el ritmo medido y cadencioso a lo largo de toda la narración, pero les juro que he muerto en el intento.