Aunque juro que peregrinaré ahí antes de morir, hasta ahora no he tenido la fortuna de visitar ningún país de la ex Yugoslavia y tampoco tengo sangre balcánica. Claro, ello no fue impedimento para que hace algunos años publicara una novelita corta llamada Predrag, cuyo personaje es un hooligan serbio reclutado por un comando paramilitar dedicado al exterminio de minorías durante la guerra de los noventa. La cultura balcánica siempre me ha apasionado, pero mi conocimiento se reduce hasta ahora a lo literario, lo periodístico y lo futbolístico. Por supuesto, no viví en carne propia el horror y el trauma del sitio de Sarajevo o los bombardeos sobre Kosovo, pero a mí me valió madre, me brinqué las trancas y escribí el relato. Pues bien, ahora resulta que bajo el criterio de la moral hipster-chaira-millenial-antirracista- eternamente ofendida por todo, yo no tendría derecho a escribir esa historia porque estoy cometiendo apropiación o expropiación cultural (o no sé cómo carajos le llaman al nuevo tren del mame que inventaron). También escribí un cuento cuya trama ocurre en Kazajistán y al parecer podrían acusarme de lo mismo, porque como no soy kazajo, entonces solamente estoy explotando estereotipos y clichés. El tribunal del santo oficio de los siempre indignados, humillados y ofendidos, quiere quemar en leña verde a American Dirt, el libro de una gringuita llamada Jeanine Cummins por cometer apropiación cultural y lucrar con el drama y el sufrimiento de los migrantes mexicanos, sin ser ella mexicana y por cometer el abominable pecado de ser blanca y anglosajona. Fieles a su estilo, el santo tribunal pide censura y boicot. Ya ven que a ellos les gusta quemar libros. En teoría, alguien que no ha vivido en carne propia el calvario migrante, no tiene derecho a escribir sobre ellos. No conozco a la autora ni me interesa gran cosa conocerla y para ser honesto, no está en mis planes leer esa novela. Vaya, teniendo tan buena literatura en sala de espera, no voy perder mi tiempo con chatarra de aeropuerto. Tampoco leo a Don Winslow (que sin duda también debe cometer apropiación cultural por escribir sobre el narco mexicano) y (por cierto) tampoco leo a Valeria Lusielli, (a quien sí es políticamente correcto leer de acuerdo a la moral hípster) aunque según creo ella jamás ha sido detenida por la Border Patrol mientras brinca la barda por el Cañón del Matadero. Lo que no entiendo es la gran ofensa y el eterno afán de censura. Carajo, es solo una novela desechable, no periodismo. Reclámenle a un reportero cuando falta a la verdad o a la objetividad. Claro, de hueva cómo funciona la máquina hacedora de best sellers gringos con Oprah, Stephen King y la despistada Yalitza de promotores, pero en México y España no es muy distinto. No la lean y punto. Por cierto, Shakespeare nunca fue a Dinamarca ni a Verona. Vamos a quemar Hamlet y Romeo y Julieta por apropiación cultural.
Thursday, January 23, 2020
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