Bienvenido David. Lecumberri te saluda. Tarde o temprano tenías que venir a ocupar tu lugar en el Universo. Lástima que yo ya no estaré aquí para acompañarte
Lo que son las cosas, querido Ramón. Tú te vas y yo apenas llego. El destino nos tenía reservado un sitio particular en este infierno que Stalin nunca conoció.
Carajo David, no olvides yo me comí 20 años en este hotel barras de hierro por completar la tarea que tú dejaste pendiente. Tal vez si hubiera tenido un poco más puntería a la hora de tirarle a León Davidovich me habrías ahorrado estas dos décadas de sombra.
Claro, la mala puntería. ¿Sabes qué es lo que más me hiere? La burla y la maledicencia. Que cuál coronelazo ni que ocho cuartos, que yo no sé ni agarrar una carabina, que lo dejé ir vivo por inexperto. A veces creo que hubiera preferido caer preso por haber dejado como coladera a Trotsky con puro tiro de metralla y no tener que andar oyendo a los maloras hablando mal de mí.
Pero mientras yo estaba guardado en este calabozo, tú recorrías el mundo pintando aquí y allá. Habrías podido matarlo o dejarlo vivo y seguirías siendo Siqueiros. Yo en cambio no tengo nombre ni identidad. Por eso tuve muchas. No importa si me llamo Jacques Monard, Frank Jackson o Ramón Mercader. Tampoco importa cualquier otra cosa que haya hecho en el pasado o lo que pueda hacer en el futuro, si es que aún tengo alguno. Haga lo que haga yo seré siempre el asesino de Trostky. A más ya no puedo aspirar.
Bueno, entonces deberías darme las gracias por heredarte la tarea. Yo era el ejecutor designado por Stalin, yo iba a la cabeza del comando. Tú y tu madre solamente iban a realizar tareas de vigilancia. Entraste en escena porque yo fallé, pero a mí nunca me ha gustado perder en nada, ni siquiera en las cartas o el dominó.
Friday, January 17, 2020
<< Home