Tipejas y tipejos estereotipables
Nada tan odiosamente real como los estereotipos narrativos. Un texto desnuda y delata a su autor con endemoniada rapidez. La mayoría de las veces, cuando funges como juez en un certamen literario, lees sin saber quién es el autor. Idealmente, debes concentrarte por entero en la calidad y las posibilidades del texto que estás evaluando sin encasillar mentalmente a quien lo escribe, pero las letras suelen arrancar disfraces y revelar con desparpajo quién es aquel que intenta jugar con ellas.
A menudo me basta leer una página o a veces tres o cuatro párrafos de un manuscrito firmado con seudónimo, para hacerme una idea del tipo de autor al que estoy leyendo. Puedo equivocarme, por supuesto, pero las letras delatan más que la facha.
La primera obviedad que salta a la superficie es si el autor es joven o viejo. La segunda, es si es hombre o mujer. Después se revela el kilometraje como lector. Un autor que ha leído poco suele quedar en evidencia casi de inmediato. También las influencias narrativas y los tótems suelen exhibirse sin inhibiciones, lo cual es inevitable hasta en los más cancheros. Todos vampirizamos a nuestros ídolos, pero el truco está en no ser tan descarado o en su defecto en saber auto parodiar el plagio.