¿En qué momento se rompe el dique de contención y hace erupción la lava negra?
1- Brotarán en catarata las teorías alucinadas, los sabihondos con certidumbres, los juicios y las sentencias condenatorias. Nos encanta condenar e identificar culpables. ¡Fueron los malditos videojuegos! ¡La pérdida de valores! ¡La normalización de la ultra-violencia! ¡El neoliberalismo y su ética perversa! A mí por herencia solo me quedan la desolación y sobre todo las preguntas, siempre las preguntas. Acaso mi única certeza es que nunca podremos dimensionar ni entender el infierno individual de un niño huérfano en el umbral de la adolescencia y los negros abismos que surcan su mente y su soledad. Hagamos lo que hagamos, nunca podremos mirar con sus ojos.
2- Aquí hay dos preguntas clave. La primera es de orden policiaco y tendrá que ser resuelta en las próximas horas: ¿cómo y dónde carajos pepenó las dos armas? Sé que el mercado negro es grande, pero creo que para un niño mexicano de primaria debería ser ligeramente complicado poder hacerse de una pistola. Al final del camino, tener o no tener el arma en tu mano hace la diferencia entre consumar el crimen o dejarlo en un mórbido deseo. La segunda pregunta es de tipo ontológico y posiblemente nunca sea resuelta: ¿en qué momento atraviesas el umbral? ¿Qué desencadena el cruce de la frontera entre la siniestra fantasía y la acción contundente? Todos hemos fantaseado con cobrar afrentas y consumar venganzas. Que tire la primera piedra quien no haya albergado deseos violentos. Sin embargo, aún en el peor de tus días hay algo que te contiene y te hace saber que no lo harás. Entonces ¿en qué momento se rompe el dique de contención y hace erupción la lava negra? ¿Una palabra a tiempo, una charla con algún amigo o familiar habrían hecho la diferencia?
3- La violencia ha estado siempre ahí, ocupando un lugar privilegiado en el cuarto de los niños. Hay quienes recuerdan con nostalgia a los pequeños de antaño jugando a los cowboys, matando apaches con sus pistolas plateadas de Llanero Solitario (hoy sería el non plus ultra de lo políticamente incorrecto jugar a matar un aborigen). Sí, los soldaditos de juguete formados en la trinchera del jardín encarnan el mito de esas infancias idílicas que los viejos evocan con aire de “todo tiempo pasado fue mejor”. Los niños de los años 50 y 60 crecieron jugando a la guerra. Y sin embargo, algo ha cambiado para siempre. ¿Es diferente la recepción neuronal de Left for Dead y Call of Duty a la pistola de juguete del Llanero Solitario? Tampoco olvidemos a los “niños mangueras” cantando narcocorridos alterados del Komander y mitificando hazañas de sicarios, aunque aquí, por lo que veo, la inspiración es distinta. Paradójico: el héroe inspirador no es un personaje de videojuego hecho de pixeles, sino otro niño asesino de carne y hueso, habitado también por demonios interiores. Eric Harris de Columbine inspiró a nuestro asesino lagunero, que a su vez podría inspirar a otro niño. Aquí lo terrible no es solo el crimen sino su contagio.
4- ¿Un niño no tiene la capacidad de empuñar un arma y abrir fuego? Un héroe de la patria, un doceañero llamado Narciso Mendoza, alias el Niño Artillero, disparó un cañón en Cuautla que barrió con una tropa de realistas. En la Revolución Mexicana tampoco faltaron los niños soldados, como los hubo también en Angola y en Congo hasta hace muy poco. Claro, entiendo que aquí el entorno, el medio y el concepto no tienen punto alguno de comparación.
5- Guardemos mejor nuestras sentencias y mirémonos a nosotros mismos. Abraza a tus hijos, habla mucho con ellos, escúchalos, míralos a los ojos. Involúcrate en su escuela, conoce a sus maestros y no dejes que tus naufragios e inestabilidades adultas los contaminen y vuelve a abrazarlos, no te canses nunca de hacerlo.