1- Una vez me dio por inventar una organización ficticia llamada Bibiliocleptómanos Anónimos fundada por un tal Luciano que en su juventud fue un compulsivo ladrón de libros. Tras ser detenido por la policía y en una muestra de falso arrepentimiento, decidió emprender la organización que en los hechos es tan solo una chapuza dedicada a bajar recursos de programas culturales. Bibliocleptómanos Anónimos aparece dentro del cuento Península Jano y creo que de buena gana admitiría como miembro distinguido al embajador mexicano en Argentina.
2- ¿Qué puede llevar a Óscar Ricardo Valero Recio Becerra a robarse una biografía de Casanova que vale diez dólares? Digo, si al menos hubiera sido el Kafka de Reiner Stach que te cuesta tus 2 mil pesitos en Acantilado. Como personaje este embajador me parece fascinante por lo absurdo. Un personajazo de cuento, aunque sería mejor una suculenta pieza de periodismo narrativo. El derrumbe de una carrera diplomática por un libro barato. Lo grotesco y lo morboso del asunto es la imagen del hombre formal y distinguido cometiendo la forma más básica y directa del hurto. Tomar algo que no es tuyo y escondértelo. Claro, miles de hombres vestidos con trajes caros que jamás pancharían un libro de diez dólares oculto en el saco, cometen todos los días robos mucho más sofisticados que al parecer no nos ofenden tanto. Vaya, cuánto dinero no se ha robado desde el gobierno en nombre de los libros, declarando precisos infladísimos de ediciones gubernamentales que nunca salen a la calle. Por cierto, Iván Farías incluye un capítulo dedicado a los ladrones de libros en sus Crónicas desde el piso de ventas y alguna vez Vianett Medina me dijo que los libros de Bolaño eran siempre los más robados, tanto, que prefería no llevarlos a la feria de Tijuana.
3- Supongo que Valero Recio es un hombre culto. Alguien que se roba un libro es porque lo aprecia. Al menos creo que sería interesante charlar con él. He visto decenas de escritorios de empresarios o políticos, que ni por casualidad leen, en donde yacen carísimas ediciones envueltas para la eternidad en el plástico original, resignadas a que jamás serán leídas. Ya saben, esos libros conmemorativos de arte editados por bancos, objetos destinados a hacer bulto y adornar oficinas.
4- El Ateneo es una librería para tomarse la foto, un santuario para turistas, no para bibliófilos. Aunque se ve inmensa, está lejos de ser la librería mejor surtida de Buenos Aires. Su acervo no me impresiona ni me suelo sentir cómodo ahí. He tenido hallazgos mucho más interesantes en librerías de Corrientes como Losada o Hernández o hasta en el mismo Parque Rivadavia, aunque mi santuario se llama Eterna Cadencia, que con brutal franqueza se lleva de calle al Ateneo.
5- Creo que al menos un par de veces me han robado libros en presentaciones. No me ofendo y con gusto le pondría una dedicatoria al ladrón.
6- Que todos o muchos de los que estamos inmersos en este mundo libresco lo hemos hecho, sí. Hay quienes desarrollan una auténtica maestría como Bolaño y Papasquiaro o el amante platónico de Cicatriz de Sara Mesa que roba libros carísimos que le regala a la mujer a quien quiere seducir. Por cierto, Iván Farías incluye un capítulo dedicado a los ladrones de libros en sus Crónicas desde el piso de ventas. Si me preguntas si lo volvería a hacer, mi respuesta es no, por la simple y sencilla razón de que hoy dimensiono el heroísmo de los libreros, auténticos salmones a quienes los lectores debemos mucho y a quienes me sentiría muy mal de perjudicar. Justifico que le robes a un Sanborns (y tal vez al Ateneo, que es una librería para turistas), pero no a la librería de tu ciudad que con tan esfuerzo se mantiene en pie.
Monday, December 09, 2019
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