Eterno Retorno

Tuesday, September 17, 2019

¿Les comenté ya que la posteridad es una jija de la chingada? Hablemos ahora de cómo doña Poste ha hecho de las suyas en el intrincado mundo de la literatura (y acaso de todas las artes). Ningún creador artístico, por célebre que llegue a ser en vida, tiene comprada su inmortalidad. Nadie tiene control o potestad alguna sobre la forma en que su obra trascenderá o se olvidará por completo después de su muerte. La posteridad tiene sus propias normas y en la perfección de su caos total suele ejecutar prodigios. “¿Genio? En este momento cien mil cerebros se conciben en sueños tan genios como yo y tal vez la historia no señale a ni uno, ni de tantas conquistas futuras quede más que estiércol”, dice el pessoano heterónimo Álvaro de Campos en su poema Tabaquería. Pessoa mismo pudo perfectamente ser uno de esos cien mil cerebros. ¿Imaginaría las decenas de selfies por minuto que se toman los turistas junto a su estatua en bronce afuera de la Brasilera? No lo creo. Después de una existencia tan mordelona e ingrata como la suya, ¿se imaginaba Cervantes que sería leído en el Siglo XXI? ¿Podría concebir a su Quijote reproducido en cómics, series de dibujos animados, óperas de Broadway y millones de cuadros y estatuillas en despachos de abogadetes que nunca lo han leído? Cervantes la perreó toda la vida y fue un milusos. En aquel entonces el famoso, el favorito y el estelar era Lope de Vega. Tampoco creo que Dante, malviviendo entre sus periódicos exilios, haya podido dimensionar su Comedia como una piedra angular del canon cultural occidental. ¿Qué o quién determina la valoración y la trascendencia póstuma de un libro? Si hablamos de literatura contemporánea el caso paradigmático de las jugarretas de la posteridad es Kafka. Franz murió creyéndose polvo e insignificancia pura. ¿Hay acaso muchos Pessoas y muchos Kafkas a los que nunca conoceremos? Un caso todavía más triste me parece el de Herman Melville. A diferencia de Kafka, Melville no mandó quemar manuscritos ni se aferraba al anonimato. Vaya que quiso trascender, pero su época le sacó la lengua y le dio la espalda. Herman tuvo tiempo de sobra para dimensionar su fracaso. A diferencia de otros genios incomprendidos, no murió joven e inédito, sino viejo y con bastantes libros. Sobrevivió cuarenta años a la publicación de su Moby Dick y en esas cuatro décadas el libro solo cosechó incomprensión, pésimas reseñas y ni una sola reedición o traducción, tiempo suficiente como para creer que tu obra cumbre se fue al basurero de la literatura y sin embargo, Moby Dick… es Moby Dick. Hoy en día damos por hecho que personajes como Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Philip Roth o Milan Kundera ya sacaron su pasaporte a la inmortalidad y sin duda pensamos que los leeremos dentro de dos siglos. ¿Será? Yo no estoy tan seguro. Siempre me pregunto si dentro de cien años todavía quedarán en el mundo lectores de novelas.