Tenochtitlán y Constantinopla.
Hay días en que la Historia (así, con mayúsculas) refina su siniestra genialidad de dramaturga. El 13 de agosto de 1521 es uno de ellos. Épica, drama y tragedia, una Ilíada mesoamericana, el Armagedón de un universo. Una ciudad defendida por los más feroces guerreros del Nuevo Mundo asediada desde el lago por doce bergantines construidos exprofeso. Menos de 900 europeos y más de 200 mil aliados indígenas sitiaron la capital del Imperio Azteca. Cerca de 70 mil mexicas cayeron en combate pero lo terrible es que fueron más los que perecieron por inanición luego de tres meses de sitio. Desde lo militar a lo antropológico la caída de Tenochtitlán marca el cruce de un umbral. Nada volvería a ser igual tras el exterminio de la resistencia final en Tlatelolco. Las personalidades de los actores y las escenas desbordan a Homero o al mejor Shakespeare. Pocos hablan de la historia de lo que pudo haber sido, de la fallida conjura de Antonio de Villafaña para asesinar a Cortés y de la abortada intentona de Xicoténcatl el Joven para impulsar una rebelión tlaxcalteca o las conspiraciones de la nobleza azteca para deponer a Cuauhtémoc y obligarlo a negociar la rendición. En un mundo anterior a las telecomunicaciones y la fotografía por herencia nos quedan los rapsodas para tratar de darnos una idea del horror vivido. Me fascinan las historias de aquellas caídas de grandes ciudades antiguas tras las cuales se transformó para siempre el orden geopolítico. Jerusalén en 1099, Constantinopla en 1453, Tenochtitlán en 1521. Particularmente me gustaría poder leer algún trabajo ensayístico de historia comparada que ponga frente a frente la toma de Constantinopla y la de la Gran Tenochtitlán. Ignoro si exista alguno (probablemente lo haya, pero no lo he leído). Hay 68 años de diferencia entre ellas. De entrada, la caída de Tenochtitlán es consecuencia indirecta de la caída de Constantinopla. De hecho, si los otomanos no hubieran tapado la salida oriental del Mediterráneo, posiblemente habrían cambiado mucho los destinos de Colón, Vasco Da Gama, Magallanes y Cortés mismo. En cualquier caso los paralelismos son inocultables: Constantinopla asediada desde el Bósforo por los turcos y Tenochtitlán desde el lago de Texcoco por los españoles y sus aliados; las intrigas internas y la negativa de los popes ortodoxos a recibir ayuda católica, la indiferencia de genoveses y venecianos ante la inminencia de la caída del último vestigio del Imperio Romano de Oriente y por otra parte la complicidad de casi todas las etnias del Altiplano para hacer caer al Imperio Azteca. La Basílica ortodoxa de Santa Sofía se transformaría en mezquita musulmana y las ruinas del Templo Mayor verían nacer una Catedral católica. Ambas caídas se vivieron como Apocalipsis y en cierta forma lo fueron. Con el derrumbe de esas dos ciudades se acabó un mundo y comenzó otro. Las modernas Estambul y Ciudad de México siguen siendo hijas ensangrentadas de aquellas épicas jornadas. Ignoro si exista ese ensayo. Tal vez en otra vida yo lo escriba. DSB