Eterno Retorno

Monday, August 12, 2019

La nostalgia es pariente de la patraña. Cuando hablamos de lo que significa ser niño hoy y lo que significaba ser niño ayer, es inevitable topar con mentirosas añoranzas romanticonas aferradas a dibujar a la de antaño como una niñez más saludable, sencilla e inocente que la de hoy. A los pequeños de la actualidad los estereotipan como chiflados, egoístas y groseros. Yo para nada concuerdo con esa visión y francamente creo que en muchos sentidos es mejor ser niño en el Siglo XXI que en el XX. Claro, ningún progreso es lineal y absoluto. Siempre hay pasos adelante y pasos atrás, pero con todos los defectos que pueda tener la crianza en la época actual, creo que se ha tomado una mayor conciencia sobre cómo proteger y respetar a la infancia. Dicen que los niños de hoy están sobreprotegidos. Yo más bien pienso que hace algunas décadas se les arriesgaba irresponsablemente. Pongo un ejemplo de lo más sencillo: en mi infancia jamás usé una sillita protectora en el carro. Ni siquiera era usual el cinturón de seguridad, que hoy en carne propia hemos comprobado cómo salva vidas (las nuestras, por ejemplo). Cuando vas en un vehículo, ninguna medida de seguridad está de más. Pienso que hoy se me haría aberrante e inconcebible que un adulto se pusiera a fumar tabaco a un lado de nuestro hijo en un lugar cerrado y sin embargo recuerdo que para los niños de mi generación era común estar en salas, comedores o restaurantes donde los adultos fumaban a placer junto a nosotros. También creo que por fortuna ya no está tan normalizada la violencia. Aunque todavía sobrevive mucha basura humana que defiende con nostalgia los castigos físicos, creo que cada vez es más mal visto ejercer violencia sobre un menor. Que un adulto le pegue a un niño es aberrante e injustificable en cualquier escenario o circunstancia. Eso no debe tolerarse. Punto. Ahí no hay discusión ni relativismo. Al mismo tiempo creo que tampoco están ya tan normalizadas las peleas entre niños o el bullyng violento. El solo hecho de que se le nombre y se le busque combatir (con o sin éxito) ya es un avance. En mi infancia las peleas a la salida eran pan de cada día y en los colegios maristas y lasallistas la única forma de triunfar era siendo exitoso en los deportes. Si patear una pelota no era lo tuyo, el sistema te rechazaba y estigmatizaba. En mi infancia la homofobia estaba totalmente normalizada y era políticamente correcta. Al maricón había que masacrarlo y era visto como lo más asqueroso y denigrante (al menos en Monterrey así era). Hoy veo que adolescentes de secundaria o prepa viven su sexualidad de forma mucho más abierta y natural, lo cual me parece extraordinario. Por fortuna, hoy se están desenmascarando los peligros de la educación religiosa. Hoy sobran repugnantes ejemplos para dejarnos claro que delegar el cuidado de nuestros hijos a un sacerdote o a un pastor no es el mejor de los caminos. Claro, en otros frentes creo que los riesgos son mayores actualmente. Tal vez para un adolescente hoy sea más difícil comprar una cerveza que un globo de criko. Yo a mis 14 años podía comprar sin problemas una caguama en el depósito, pero fueron contadísimas las veces que vi drogas químicas. La mota rolaba por todas partes, es cierto, pero no había tan fácil acceso a sustancias letales. En mi adolescencia estuve en no pocos escenarios de violencia pero aquello no pasaba de trancazos, o en el peor de los casos una navaja, pero nunca en mi vida vi un quinceañero con un arma automática como ocurre ahora. Dicen que los sicarios adolescentes son producto de la pérdida de valores de esta época. Tampoco lo creo ni es esa la explicación. La guerra salpica a todos y nosotros vivimos en guerra. Les recuerdo que en la Revolución y en la Independencia había niños soldados. José María Morelos tenía una tropa de pubertos (¿se acuerdan del Niño Artillero?). Que el proceso epistemológico primario va asociado a una pantalla táctil es innegable. Yo empecé a tener un distante y tímido contacto con las computadoras hasta la adolescencia, pero nuestro hijo maneja a la perfección el iPad desde que iba en kínder. ¿Que las pantallas te aíslan del mundo? Mmm. Bueno, digamos que a mí también los libros me aislaron y me siguen aislando del mundo (en general suelo preferir los libros a la convivencia con la mayoría de la gente si quieren que sea brutalmente honesto) y nadie me critica por ello. En mi ensayo Bajo la luz de una estrella muerta ya he reflexionado a fondo sobre el tema. Basta concluir que aunque yo siempre preferiré el papel y la tinta, no soy un detractor de los mundos digitales. Son formas distintas de asimilar el mundo, una diferente vereda epistemológica. Al final del camino, creo que la clave está en entender que no hay un único modelo educativo que a rajatabla y por decreto sea exitoso, que la formulita del deporte hasta en la sopa no es ideal para todo mundo y que hay mil y una formas de relacionarnos con este mundo nuestro y a nuestra manera encontrar algo parecido a eso que llaman felicidad.