Mi colega Roberto Castillo Udiarte y yo acudimos ayer a dar una charla al Reclusorio Norte en la CDMX (cada uno en un módulo distinto). He hecho ejercicios similares en los penales de Ciudad Juárez y Tijuana y puedo decirles que son experiencias fuertes en donde fluye una energía muy especial. Acaso la única diferencia fue que aquí no hubo presentaciones, protocolos ni palabras de autoridades. Simplemente me dejaron dentro de un aula en donde aguardaban sentados los reos. “Todos suyos”, me dijo el celador. En un principio es inevitable sentirte un poco absurdo hablándole a personas sepultadas en vida sobre lo lindo que es leer y escribir. En los primeros minutos te miran con inevitable recelo, desconfianza. Yo les hablo de los dos juguetes que me acompañan en todo momento de mi vida: la imaginación y las palabras. Con ellas vuelo libre aún en los instantes más adversos. Poco a poco van tomando confianza y de pronto surge siempre la primera mano levantada. Siempre hay un primer reo que confiesa escribir poemas que no muestra a nadie y entonces otro más se anima y decide recitar algo. Alfonso Pérez, un reo de mediana edad, me sorprendió con un texto oscuro y desgarrador sobre lo que significa la vida en la sombra al que tituló Escindido. “En este cementerio de vivos-muertos recompensa única es la muerte”. “Cuerpos ya sin sombra, eternidad vacía queda”. “Abismo infinito de sombras masticadas por el silencio”. Le pedí que lo copiara en mi cuaderno y accedió con gusto.
Pensé en Recuerdos de la Casa Muerta de Dostoyevski y pensé que el rostro y la mirada de un convicto son universales sin importar época y geografía. Pensé en el embrujo y el poder liberador de una pluma y un cuaderno, en los caminos siempre torcidos, en los naufragios existenciales, en los infiernos en vida, el crimen, el castigo, las prisiones de puertas abiertas en que tantos seres humanos habitan y al final las palabras, siempre las canijas palabras, rompiendo cadenas, llevándonos a viajar tan lejos.
Thursday, July 25, 2019
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