Eterno Retorno

Sunday, July 21, 2019

¿Considera usted que las temáticas en literatura en áreas fronterizas tienden a variar en comparación con el resto del país? Es decir, ¿considera que en las áreas fronterizas se crea una identidad exclusiva y particular? Sí, hay una identidad innegable e inocultable. Somos híbridos, mixtos, heterogéneos, pero no creo que se pueda hablar de la literatura tijuanense o aún fronteriza como un movimiento reconocible por estilo o temática. No somos una ciudad donde haya fenómenos de masas o donde haya multitudes organizadas. Somos una ciudad de mil y un esfuerzos individuales, veladoras solitarias que brillan en la tormenta. Somos la esencia más pura del “hazlo tú mismo”. Por ejemplo, hay una tendencia estereotipar la literatura fronteriza como narcoliteratura. Por puro principio de libre asociación, hablar de narrativa fronteriza evoca imágenes estereotípicas, un bestiario de personajes y jergas capaces de representar el non plus ultra del cliché. Dentro de los parámetros del canon literario nacional, lo fronterizo debe necesariamente oler a relatos de narcos, polleros y mojados; historias de sueños y tragedias en la tierra de nadie; vidas náufragas que pierden su identidad en medio de ninguna parte, narradas (de preferencia) en riguroso spanglish. Del escritor fronterizo se espera un espíritu de cantante de corridos berreando en medio de una cantina malamuertera, una épica a lo Tigres del Norte o un romancero de barrio chicano. Par mí es solo eso, un cliché. Hay muchos escritores tijuanenses o Baja Californianos que para nada tocan el tema del narco, los polleros Fuerte sigue siendo el debate en torno a la existencia de una narrativa norteña y su real influencia. Hay quienes consideran absurdo regionalizar las artes y colgarles una etiqueta basada en el lugar de origen del creador. Sin embargo, es innegable que a finales de los años noventa y principios del nuevo milenio, una generación de narradores norteños marcó la pauta en la literatura mexicana.