Eterno Retorno

Tuesday, August 06, 2019

Un día escribí un cuento llamado Dilemas de zurdos y fachos en donde puse frente a frente a dos personajes llamados Arno y Gaulterio. El primero es un anarco-punk seguidor del equipo Livorno y el segundo un fascista cabeza rapada aficionado a la Lazio. Siempre ha llamado mi atención la filia o fobia pseudo-ideológica que va aparejada a las hinchadas radicales de algunos equipos del futbol europeo. Mi idea en el cuento fue jugar con el absurdo y el sinsentido del fanatismo político en fatal combinación con la pasión futbolera, mostrando dos personas que se creen opuestos radicales pero que en realidad tienen muchísimas más cosas en común de las que ellos creen. Hoy a la distancia creo que ese cuento pudo fácilmente llamarse dilemas de chairos y fifís o dilemas de populistas y neoliberales o de trumpistas y demócratas. El mundo de hoy se ha vuelto sectario. A Gaulterio, a Patrick y a muchísimas personas a mi alrededor la vida no les sonríe. Su existencia es un paulatino naufragio, una colección de sueños rotos (que todos en mayor o menor medida arrastramos). Como la vida no solo no les sonríe sino que a menudo les escupe, Gaulterio, Patrick y tantísimas personas a mi alrededor necesitan depositar su fe en algo. Los políticos con discursos rijosos y extremistas son ideales para todo aquel que alberga un resentimiento o una frustración. También las religiones que ofrecen redención instantánea. Sin embargo, lo verdaderamente potente, adictivo y peligroso es la adhesión incondicional a un credo que tiene muy bien identificado un adversario a quién odiar. Puede que no tengas muy bien definidas las ideas o causas que en teoría defiendes, pero tienes clarísimo a quién debes odiar: odiar a muerte a los migrantes de piel oscura; odiar a los defensores de la diversidad sexual; odiar a los blancos heteropatriarcales y machistas; odiar los fifís prianistas emisarios de la mafia del poder; odiar a los chairos retrógradas e ignorantes; odiar a los musulmanes exportadores de terroristas; odiar a las feminazis rijosas; odiar a los Tigres; odiar a los Rayados; odiar a los ateos; odiar a los cristianos; odiar a los periodistas chayoteros; odiar el reguetón; odiar el metal; odiar a alguien que es mucho más parecido a ti de lo que crees; odiarte a ti mismo cuando te miras al espejo. Nada más peligroso que el odio en masa. Creo que esa es la mecha que hace estallar los más aberrantes crímenes de la humanidad, el mismo sentimiento que desató el holocausto y la masacre de El Paso. Odiar en paquete a miles de seres que no conoces. Odiar porque en realidad te odias a ti mismo y tienes miedo, muchísimo miedo. Yo sé que cierta dosis de rabia e ira son necesarias para navegar en la vida (yo necesito la rabia para escribir), pero el odio ciego apesta. Si algo me ha quedado claro después del accidente, es que en la vida se pierde demasiado tiempo odiando y esparciendo mala entraña. Yo quiero eso fuera de mi vida.