Vuelvo a ser víctima de la saudade del juez, ese desasosiego mezclado con un ligero sentimiento de culpa que me invade cada que me toca integrar un jurado en algún certamen literario.
Ahora por primera vez en la vida me tocó evaluar proyectos de beca, lo cual cambia muchísimo la dinámica. De entrada te enfrentas a nombres reales, currículums, caras. En un premio literario solo evalúas la calidad y los méritos de un borrador y te concentras en ello, pero aquí influyen otros factores.
La tristeza puede ser aún mayor. De entrada, la fatal conciencia de la inutilidad de lo literario, de su condena a la intrascendencia. Cualquiera de esos proyectos de libro puede materializarse o no y al único que influirá y le cambiará en algo la vida es a su autor y sin embargo queda siempre ese moribundo resplandor en la niebla haciéndote ver que acaso ese libro encuentre su improbable lector.
Un verso der Pessoa (o de Álvaro de Campos) en Tabaquería, suele irrumpir puntual en estos casos: “En este momento cien mil cerebros se conciben en sueños tan genios como yo y tal vez la historia no señale a ninguno, ni de tantas conquistas futuras quede más que estiércol”.
Friday, May 17, 2019
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