Ahogarse en agua helada frente al témpano. Arrojarse a las congeladas aguas del Océano Ártico y sentir el hielo como diez mil puntas de navajas y el oleaje asesino, sin visos de tocarse el corazón. Aquello era en apariencia una autoinmolación, un heroico suicidio de explorador polar, pero pronto sobrevenía el arrepentimiento mientras sentía hundirme en congelantes profundidades con el peso de quien viene atado a un yunque o a una roca y yo, al más puro estilo del Barón Rojo, proclamando que lo del suicidio no era para mí, pidiendo a gritos asirme a un iceberg salvador, invocando al tiburón boreal de mi cuento fallido.
Saturday, April 06, 2019
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