“Al amparo de las sombras acababa de entrar en su casa, y es posible que algo lo mordiera por dentro. Nunca lo sabremos del todo. Muchos pensamientos duros el hombre se lleva a la tumba y en la tumba de Nicolás Carranza ya está reseca la tierra”, escribe Rodolfo Walsh en el primer párrafo de Operación Masacre. También es posible que algo mordiera por dentro al mismo Rodolfo la mañana del 25 de marzo de 1977, hace exactamente 40 años, cuando salió con su esposa Lilia de su casa en San Vicente y fue herido y secuestrado por los gorilas de la dictadura a quienes acababa de enviar una carta en el primer aniversario del golpe militar. Su cadáver jamás apareció.
Hay quien ha llamado a Walsh el anti-Borges, o acaso el mejor personaje de ficción de la literatura argentina. Lo cierto es que una década antes de A sangre fría de Capote y cuando la crítica aún no cacareaba los nombres de Wolfe, Thompson, Mailer y otros pavos sagrados de las redacciones gringas, Walsh inauguró con Operación Masacre el nuevo periodismo latinoamericano narrando los fusilamientos ejecutados en la infausta madrugada del 9 de junio de 1956.
Y hoy que se cumplen cuatro décadas de su desaparición, al gremio periodístico le queda por herencia la rabia y el dolor por Miroslava Breach, corresponsal de La Jornada en Chihuahua, acribillada frente a su hijo cuando lo llevaba a la escuela. La sangre de Mirsolava salpica una tierra donde la inmolación de un reportero ha dejado de ser noticia. Hace una semana fue Ricardo Monlui en Veracruz y hace un mes Cecilio Pineda en Guerrero. El gobernador Corral dice que el crimen de Miroslava no quedará impune. ¿Debemos creerle? En década y media suman ya 103 periodistas asesinados en México y sólo en tres de estos casos ha habido una sentencia penal. Los únicos países que actualmente suman cifras semejantes en número de reporteros muertos en cumplimiento de su labor son Siria y Afganistán. Estos dos países han estado inmersos en sangrientos y desgastantes conflictos bélicos y los colegas asesinados eran en su mayoría corresponsales de guerra. ¿Y en México? No, cómo creen, en este país reina la santa paz, ya nos mandaron decir de Los Pinos. Casos aislados dirán. Conflictos relacionados la vida personal de los reporteros, casi siempre casquivana y disoluta y nada relacionado con el ejercicio de su profesión. ¿Atentados contra la libertad de expresión? No, por favor. Nada que ver. Si ser reportero en México es segurísimo. Los que han muerto es que porque de una u otra forma se lo buscaron por pisar terrenos vedados y andar en malas compañías. Y mientras tanto nosotros, con dirían los Ratos de Porão, Contando os mortos.
Saturday, March 25, 2017
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