Hace algunas semanas un compadre locochón y metalero le mostró a Zavala algunas danzas de la muerte, unas raras imágenes medievales donde se ve a reyes y príncipes en medio de un banquete o de un baile en donde siempre hay una parca oculta. Las danzas de la muerte, le dijo su amigo, se volvieron populares en los tiempos de la peste negra, cuando la omnipresencia de la guadaña se reveló con desparpajo a nobles y plebeyos.
Zavala no quiere externarlo, pero en el momento en que la hélice empieza a girar tiene la certeza de que hay seis pasajeros en ese helicóptero. El quinto pasajero es la pobre excursionista, tan chula ella, a la que Zavala se imaginó dando primeros auxilios y el sexto pasajero es la muerte misma, así, con manto y con su guadaña como en esas danzas macabras. Está ahí, elevándose hacia el cielo mexicalense mientras una sacudida hace temblar la aeronave y Zavala siente la irrupción de una nausea incontrolable que no alcanzará a transformarse en vómito.
Saturday, March 25, 2017
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