El invierno se despedirá dentro de una semana pero en Mexicali el termómetro ha pasado la raya de los 30 grados al medio día de ese 13 de marzo mientras el McDonald Douglas color negro con 600 caballos de fuerza matriculado XC-PEP destella en el azul cielo del desierto cachanilla.
Horas más tarde los expertos escupirán mil hubieras y teorías. Ante el desprendimiento del rotor de cola es preciso desacelerar completamente para estabilizar el helicóptero e intentar aterrizar. Un piloto experto habría sido capaz de hacerlo dirán desde la comodidad de sus pantallas.
Del rotor ni siquiera alcanzarán a enterarse los rescatistas y acaso lo haya sabido solamente Noe cuando el helicóptero gira violentamente en dirección contraria a la hélice principal y los sacude como en una licuadora. Acaso alguno reviva la sensación infantil de un juego mecánico extractor de vómitos o el vértigo inducido de la montaña rusa y no faltarán místicos que hablen de la vida entera vista en cámara rápida en medio de la caída, cuando el impacto es inminente y la muerte está por arrojar el manto, pero los seis y medio segundos que transcurren entre choque y caída sólo hay tiempo para un grito, un chingada madre al unísono o alguna invocación a Dios antes de que metal, arena, carne humana y turbosina se fundan en un abrazo de fuego.
Monday, March 20, 2017
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