Fue una tormenta de plomo, pero a estas alturas mi única certidumbre es que hubo mucho más de lo que recuerdo. Un principito estilo Sons of Anarchy repartía generosos balazos a granel, como si el parque fuera gratis. Sus rivales deben haber sido de plano timoratos. Cuando estaba acorralado lograba ocultarse (sugerencia de mi yo durmiente) en lo alto del rellano de una puerta donde pasaba horas o días haciendo equilibrio. Después saltaba una barda y escupía más ráfagas de fuego, un Rodolfo Fierro sin facilidades pero con idéntico instinto asesino. Hubo una suerte de ceremonia teatral que a punto estuvo de ser interrumpida y al final un avión de carga a punto de salir rumbo a Irak con toda la runfla a bordo. Lo peor es que hubo más, muchísimo más, pero los casquillos percutidos de Morfeo requieren un cable a tierra, un vestigio en la altamar de la mañana que me lleve de regreso a la densidad de sus arenas.
Fue un conejo el causante de una fatal carambola de autos en la carretera Escénica, en la curva anterior al centro de convenciones, yendo de sur a norte. Aún recuerdo el brillo de las torretas, el ulular de las sirenas y esa caótica aglomeración de patrullas que indican catástrofe segura. Los socorristas me enseñaron al culpable, un conejo pardo y zancón al que una muchacha no quiso atropellar. Lo demás fue la sinfonía del fierro contra fierro caucho y pavimento. El conejo yacía en una canasta o camilla sobre la ambulancia ¿Estaba muerto o sólo conmocionado? No tenía sangre ni huella de haber sido impactado, pero acaso el susto y el remordimiento lo llevaron al infarto. En torno a los cadáveres humanos nada puedo agregar, pues no alcancé a verlos. Todo terminó al momento en que busqué mi celular para tomar la foto del conejo mientras en la mente iba construyendo la redacción de mi siguiente post que empezaría, cómo no, narrando la peripecia o la travesura del inoportuno lagomorfo.
Thursday, March 02, 2017
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