En alguna profundidad de mi subconsciente se ha quedado a vivir la silueta enorme de Don Carlos Miloc parado a milímetros de la línea de banda, su vozarrón retumbando hasta la tribuna, la eterna guayabera celeste y el pasto del Universitario reflejado en los cristales de sus anteojos. Mi primer concepto del entrenador como un hombre capaz de cambiarle el rumbo y el destino a un juego se lo debo a Don Carlos. Entonces me quedó claro que el futbol es un asunto de huevos revueltos con psicología y actitud. Con esa actitud se conquistó la gloria del 77-78 y 81-82, los grandes títulos de Liga que sólo un equipo del Norte ostenta. El primer Tigres que vi en mi vida fue el que él comandaba. Aquello era esencia de garra pura y coraje, las zarpas afiladas de quien se encargó de poner siempre en su lugar a la basura rayada. En Morelia rompió redes como jugador pero Tigres fue quien encarnó en su alma.
Vaya paradoja: Don Carlos dijo adiós en un sábado de futbol cuando Tigres y Morelia estén juntos en San Nicolás para darle el último adiós. A la aleatoriedad le encantan los símbolos. Grande Miloc. Tigre para la eternidad.
Saturday, February 25, 2017
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