Casa del Abuelo. Hay ciervos (y duermevelas) condenados a retornar a perpetuidad al mismo abrevadero (¿abismo abrevadero?). Casa del Abuelo, pero no en esta ocasión la de Río San Juan, sino la impersonal esquina azul, la biblioteca frente al Ángel de Garza Sada. En las paredes se leen teléfonos de alguna agencia petulante con nombre anglosajón. El vecino, cuyo nombre y elementales características he olvidado, resultó ser conocido y hasta amistoso. Aguardé en su casa hasta que arribaron los de la agencia. La casa estaba cerrada con varios candados. Pregunté por libros prófugos de la biblioteca donada, por el busto en bronce de Cervantes. Había algún montoncito con textos didácticos infantiles y algún embalaje incierto. Observé la sala y el comedor, improvisados como cuarto de hospital la última vez que estuve ahí, y pensé en que los nuevos propietarios jamás sabrían que justamente ahí expiró mi Abuelo el 14 de enero, que los nuevos habitantes deambularían entre sus nuevos muebles sin saber que en ese punto exacto yace el último aliento de un filósofo, que cada improbable rincón es el ojo de un tornado de almas muertas y que hoy la niebla es tan duermevelosa y de novela negra…
Wednesday, February 15, 2017
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