He vivido creyendo que la Muerte es la gran justiciera. Después de todo nada hay más radicalmente democrático que su guadaña. Tú puedes ser Donald Trump o el pordiosero de la esquina y la única garantía, lo único absolutamente seguro, es que tendrás un último aliento. En un mundo esencial y naturalmente injusto la Muerte se encarga de hermanarnos. Pues bien, a estas alturas de la vida ya no es descartable que eso también se acabe. Acaso en un futuro mediano morir sea un asunto de pobres. Con confesa y creciente obsesión me sumerjo en el tema de la amortalidad. Después de volarme la cabeza con De animales a dioses, ahora emprendo el camino de Homo Deus, una historia del mañana del israelí Yuval Noah Harari. De forma paralela me sumerjo en Cero K del neoyorkino Don DeLillo. Un ensayo y una novela que giran en torno al mismo tema: trascender la mortalidad. Si la peste negra inspiró a Pieter Breueghel a pintar el Triunfo de la Muerte (y a Hellhammer, antecedente de Celtic Frost, a componer una macabra pieza inolvidable) acaso las nuevas conquistas de la nanotecnología puedan motivar una obra que se llame La Derrota de la Muerte.
La obra de Noha Harari (no apta por cierto para chairos ni mojigatos) plantea a grandes rasgos que el ser humano va acercándose cada vez más a transformarse en una suerte de deidad. De ser un simio insignificante el hombre se parece cada vez más a un dios. Vaya, ante un Neandertal lo que hacemos en el Siglo XXI podría resultar propio se seres divinos pero acaso dentro de medio milenio nosotros mismos seamos el equivalente a neandertales ante la mirada de nuestros descendientes. Si le creemos a Yuval hay no pocos científicos y empresarios cuya vida entera está consagrada a derrotar a la muerte y conquistar una suerte de eterna juventud. Menciona al gerontólogo Aubrey de Grey y al inventor Ray Kurzweil. Incluso en Silicon Valley hay mentes que están por la labor. Google Ventures ha fundado una subcompañía llamada Calico dedicada de lleno a impulsar proyectos biotecnológicos enfocados a prolongar indefinidamente la vida. Bill Maris, presidente del fondo de inversiones, asegura que una vida humana de 500 años podría no ser una ficción en un futuro no tan lejano. Según Yuval, hay no pocas hipótesis que sitúan el arribo de la amortalidad para el año 2100, aunque Kurzel y De Gray piensan que para 2050 ya habrá seres humanos (no precisamente de economía precaria) que driblen una y otra vez a la Muerte con periódicos tratamientos de rejuvenecimiento. De eso más o menos va la novela de DeLillo. Criogenización de seres humanos que aguardan congelados al triunfo de la ciencia. Acaso la amortalidad pueda tornarse un infierno o un lastre como le sucede a Melmoth El Errabundo, un odioso pacto fáustico, un mórbido retrato de Dorian Gray. Mi única certidumbre es que este tema está sembrándome ideas que podrían derivar en algo, no sé aún qué, pero va a ser alucinante.
Saturday, February 04, 2017
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