Soplan Vientos de Santa Ana Por Daniel Salinas Basave
Anoche he recibido en casa los primeros ejemplares de mi novela Vientos de Santa Ana. Cada libro en mi vida arrastra su propia historia, sus circunstancias y su manera de hacerme sentir, pero esperar la salida de Vientos me ha sumido en una ansiedad particularmente machacona e intensa. ¿Acaso por el hecho de ser mi primera novela en ser publicada? A le fecha he publicado ensayo, cuento, biografía y varios miles de columnas, notas y crónicas periodísticas, pero hasta ahora ninguna de mis tentativas novelísticas se había materializado en un libro hecho y derecho, valorado por un jurado que le dio el segundo lugar de un concurso en donde participaron casi 400 novelas y editada durante meses por un gran equipo en la editorial Random House. Cierto, tengo algún kilometraje en estas lides y hace tiempo que la mitad del camino de mi vida quedó atrás, pero mi nervio es el de un adolescente. Por enésima vez en los últimos meses esta madrugada he releído más de la mitad de la novela, pero por primera vez lo hago en un libro impreso. Creo que debo seguir el consejo de mi maestro Rafael Ramírez Heredia y dejar zarpar el barco o de otra forma la novela me seguirá sumergiendo en una maraña de emociones encontradas. Confieso que a veces la odio y tengo la certidumbre de que si algún colega de oficio se toma el trabajo de leerla la va a odiar aún más. Lo admito: no es una novela amistosa o amable. Vientos de Santa Ana es la novela escrita por un reportero enfurecido a muerte con la vida y el destino. Es, lo confieso, una novela de rabia y puño cerrado. Quizá no es la novela que escribiría en este momento de mi vida, pero sí la que encarna el coraje jarcorero de una época, los párrafos prófugos de quien pateó con furia la calle. Empecé a escribir Vientos de Santa Ana en la redacción de Frontera. Tal vez a mi chapucera memoria le haya dado por jugar otra vez a las fábulas, pero creo que la primera imagen me llegó en el verano de 2007, exactamente durante el cierre de campaña de Jorge Hank Rhon rumbo a la gubernatura. Tal vez esto huela a construcción a posteriori, pero la iluminación irrumpió al caer la tarde cuando recorría el zoológico privado y me encontré con el híbrido de tigresa y león dentro de su jaula. El recuerdo más intenso es el del Sol ocultándose hacia el oeste y las sombras de la tarde cayendo sobre la piel rayada del descomunal felino. Hay revelaciones que irrumpen como un chicotazo de luz. De pronto, frente a la bestia y el atardecer, tuve la certeza de estar inmerso en una alucinante novela barroca. Vientos de Santa Ana es una novela visceral; una novela de hígado y dientes pelados. El oficio periodístico me ha dado mucho, pero creo que también me ha arrebatado y algún rencor no resuelto le guardo. Esta novela es mi ajuste de cuentas. Hoy el viento sopla enrabiado.