Hace unos días Iker, Carolina y yo cenábamos en un restaurante italiano junto a la laguna de Cancún cuando de repente un comensal no esperado irrumpió junto a nuestra mesa y como si tal cosa exigió un plato de lingüini con calamares. El visitante opinó que el platillo tenía demasiado ajo por lo que exigió enjuague bucal para mantener la frescura de su aliento y consideró que el calamar era demasiado duro para sus delicados dientes cuyo esmalte temía estropear. Eso sí, tuvo el detalle de dejar pagada la cuenta o exageración, pero realmente se nos quedaba viendo a ver si nos poníamos la del Puebla con algún comestible
Monday, April 18, 2016
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