Nunca he leído a Galeano con el ánimo de quien lee a un ensayista o a un historiador. Al uruguayo lo leo -ante todo- como un poeta y en esa dimensión ha sido por años uno de mis placeres irrenunciables.
Galeano es un extraño vicio en mi vida, la prueba de que en literatura a menudo me puede más la forma que el fondo. Me siento muy alejado de la cosmovisión y el cliché de su prototípico adorador, sin embargo su orfebrería prosística es hedonismo puro. Galeano es un arroyo culpable del que cada cierto tiempo vuelvo a abrevar.
Prescindo del icónico Venas abiertas -a mi juicio propagandístico y trasnochado- pero suelo tener en el buró la trilogía Memoria del Fuego, una pieza de arte mayor, al igual que Espejos o Patas arriba. La historia de América en mil y un fábulas, una arquitectura narrativa sublime deshojada en viñetas que coquetean con el aforismo o la parábola, con esa dulce ironía que es marca de la casa. Ni hablar de Futbol a sol y sombra, la mejor pieza de literatura del balón que ha caído en mis manos.
Imposible no ver una sutil paradoja en el hecho que Galeano se muera justo cuando Obama y Raúl Castro acaban de darse un abrazo. Las venas no cicatrizan, pero les funcionan los parches.
Por fortuna aquí puedo prescindir de coincidencias ideológicas. Cuando me sumerjo en párrafos del uruguayo no busco académicas exactitudes ni irrefutables certezas historiográficas. Busco y encuentro pura, simple y llana poesía y con eso ha bastado para convertir a Galeano en compañero de viaje.
PD- Podría también decir que aunque nunca tuve un tambor de hojalata, el espíritu de Oscar Matzerath encarnó en mí durante la adolescencia, cuando me negué a crecer y creí ver en el mundo adulto la peor de las pestes, pero de Günter se hablará más adelante. La mañana del lunes 13 con su moño negro por la doble G se ha consumido tan pronto como mi segunda jarra de café.
Monday, April 13, 2015
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