La contundencia de las palabras invocadas por ese naufragio de duermevela con la docta frialdad de un maestro de anatomía. El sueño, como las alas de Ícaro, arde al aproximarse al centro duro. Todo clímax es fugacidad y destello. Lo traiciona el culo, dijo el taxista de Cuernavaca sobre Graco. Vaya refinada especie de Judas que me ha salido el cabroncito. Entre cetáceos y ojetes, los monstruos dormidos siempre arriban a la superficie. Toda primavera es traidora.
Un panzón apazguatado que vende El Sol en la parada de Ruta 4; una inmersión en albergue Las Memorias donde hay un autorretrato de una mujer carcomida por el vih (mórbidas venas saltan de su cuello y sus ojos abismales miran al vacío). Exploraciones al borde de calles prostibularias (hay una Zona Norte aferrada a reconstruirse en mi subconsciente) y hay (no podría no haberlo) historias de viajes errabundos y pobreza machacona. ¿Dónde yace el archivo muerto de los sueños olvidados? ¿De qué tamaño es el mar donde moran las pesadillas que se fueron sin dejar vestigio? Vestigio de un horror pasajero, la sombra cuya huella no es el recuerdo sino la intuición de su paso. En la fase profunda del sueño miramos a los ojos de los demonios pero el recuerdo de su mirada se esconde.
Saturday, April 04, 2015
<< Home