En el siempre mentiroso espectro de la vida ordenada y ordinaria, compañías de seguros e inversionistas intentan calcular porcentajes reales de riesgo. Las fallas mecánicas, las inclemencias del clima e incluso el ataque terrorista caben dentro de los peligros que asume un pasajero cuando aborda un vuelo comercial. Lo que aún no me queda claro, es si el mundo cuadrado del dos más dos contempla el territorio oscuro de la mente humana dentro de su análisis de riesgo. Esa zona de turbulencia ontológica que en mayor o menor medida existe en cada persona. La cordura y la estabilidad mental de un copiloto patinando sobre una delgadísima capa de hielo a punto de romperse bajo la cual aguardan los abismos. ¿Quién escribirá la historia que nunca escribiré? El avión de Germanwings despedazado en los Alpes es la perfección del caos, el siniestro capricho de la aleatoriedad tejiendo 150 caminos de vida que van a desembocar precisamente ahí, en ese aeronave-mortaja donde Andreas Lubitz va escuchando las voces de sus demonios. La caja negra reproduce mostrencos fragmentos de los últimos instantes de angustia y terror, el capitán Patrick Sondenheimer gritando “abre la maldita puerta” sabiendo ya que esa ida al baño fue su viaje al infierno. “¿Puedes asumir el mando?”, preguntó el capitán a su subalterno sin saber que firmaba una colectiva sentencia de muerte. La caja negra arroja gritos e incertidumbre. Lo que nunca arrojará será el diálogo final de Lubitz con sus demonios. Triste y absurda condición humana, hijos del caos y no del orden. Mira el rostro sonriente de ese alemancito de 27 años y trata de encontrar en él la pulsión mortal que lo llevó a estrellarse contra la montaña. ¿En dónde carajos se refleja la insoportable atracción que ejerce el abismo?
Tuesday, March 31, 2015
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