La machacante eternidad de los sueños con cetáceos. El dorso de la Orca se extiende sobre el Puente Miravalle. Puedo pararme sobre su cabeza y acariciarla, pero no puedo hacerle una foto. Mi iPhone yace del otro lado, camino a Fuentes del Valle. Las piernas y el corazón me dan para un cruce de rayo. Ya estoy de vuelta frente a la ballena pero he olvidado si le tomé la foto o si acaso perdió todo sentido tomarlas. Fieles a la onírica costumbre, las aletas infestan el torrente que a su vez lo inunda todo.
Quinto piso, solitario altar de un elevador desvencijado. Ahí apesta a espectro y añejamiento, polvo de infinitos ayeres. Hay algo perturbador en la idea de pernoctar en tal herrumbre. En el closet fueron olvidadas las chamarras invernales. Olor a humedad ratonil, a polvo de inútiles noches. Al parecer soy el nuevo habitante de esa vivienda y en mi exploración voy desgajando la palabrería indispensable para escribir sobre la energía yaciente en toda casa vieja. Paraje de fantasmas húmedos y pesadillas bajo palabra. La respiración fue siempre insuficiente. Noche de magro oxígeno en la cabeza.
Colgados en ristra como fiambres momificados, fetos estilo butchered at birth decoran el salón ¿Es un laboratorio? ¿Una suerte de museo del horror? Los embriones están ahí y no son capaces de generarme inquietud alguna, aunque al mirar al abismal vacío de sus ojos encuentro expresiones de alushes o alienígenas, trofeos del hangar 18 extraditados al límbico territorio de mi duermevela.
Saturday, March 21, 2015
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