SEGUIR A LOS GANSOS
En afán de poder sustentar con números la excéntrica originalidad de un escritor llamado Javier Fernández, valdría la pena darnos a la tarea contar cuántas palabras distintas utiliza en sus textos. Ignoro si haya alguien capaz de entregarnos semejante estadística pero aún sin tener el número en la mano, me atrevo a apostar -doble contra sencillo- a que Javier es el escritor fronterizo que maneja un vocabulario más diverso y versátil en sus relatos. En su glosario hay terminología para todos los gustos con referencias constantes a la zoología, la geometría, las matemáticas, la geopolítica, la historia, el futbol, el cine y la música alternativa. Sus repentinas escapadas o cambios de juego prosístico podrían remitirnos a la libre asociación de los poetas surrealistas, al fluir alucinado e inconexo de una escritura arrebatada, pero Javier no es un escritor de arrebatos. Vaya, me parece mucho más apolíneo que dionisiaco, un narrador cerebral, matemático y perfeccionista como pocos. Hay quien dice que un escritor madura cuando encuentra su estilo, aunque Javier, me parece, va un paso más adelante. Lo suyo es más bien un tono, un ritmo. Prosa sonora, le llamo Rogelio Villarreal y no le falta razón. A la hora de escribir sobre su último libro, Seguir a los gansos (Static Libros 2014), siento como si estuviera reseñando un disco raro de una banda avant garde. Cuando me refiero a Javier Fernández como un excéntrico lo hago en el sentido que le da Sergio Pitol al término, alguien absolutamente lejano al centro y al canon, sin aparente árbol genealógico. La mayoría de los escritores caen en odiosos lugares comunes y enseñan con desparpajo sus influencias o las toscas costuras con que han zurcido su relato. Fernández en cambio parece ser un gran huérfano. Aunque fue un amigo muy cercano de Rafa Saavedra y su inmersión en la cultura pop podría hermanarlos literariamente, lo cierto es que lo de Javier no tiene punto de comparación. Elijo un párrafo al azar para dar una idea de cómo Javier describe la conducta y atributos sexuales de un personaje de su cuento La conocí en el Melt, el profesor Bengala: “de miembro mediano, no del todo respondón: muleta que se yergue perpendicular cuando la sangre y el eros colman los vasos, fustiga la guarida vaginal que circunstancialmente lo aloja, y ya dado –tras el bombeo, el tranco ciego, la eyección— dormita fuera con la melancolía de un faro en aguas corrompidas”. Seguir a los gansos consta de once relatos y un apéndice de sui generis estampitas discográficas en prosa sonora. Es un libro ligeramente más digerible, más juvenil o más para todo público que su obra anterior, Señora Krupps. Con el primer relato, Con tantos Buda, no pude menos que identificarme, pues más de una vez he estado en el dilema de elegir entre un concierto o un partido de futbol irrepetible. Randy era otra cosa, narra la invocación de un romance al pie del escenario de Coachella donde Arcade Fire termina su prueba de sonido, o Boris-Boris, que aborda la ancestral batalla entre el ruido y el silencio encarnada en los milenarios nuci. Si en el jazz fusión o en el rock progresivo el sonido maximiza sus posibilidades hasta el infinito, en la narrativa de Javier el relato va mutando y se expande hacia lo ignoto.