Dicen que un viejo amor literario ni se olvida ni se deja. Durante el primer lustro de los noventa deambulé por la existencia con un libro de Milan Kundera en la mano. Mis años universitarios se escribieron en clave kunderiana, pues el de Brno fue mi inseparable compañero de viaje. Con el fin de siglo y la edad adulta llegó el desencuentro. Sus tardías novelas francesas pasaron por mi vida sin apenas dejar huella. Fue como intentar conectar con un amigo de prepa con el que ya no tienes mucho en común. Mil y un nuevas lecturas arribaron a mi vida. Catorce años después de La Ignorancia llega a mi biblioteca La fiesta de la insignificancia. Es una novela de 138 páginas con letra grande. Se lee en un par de tardes sin pisar mucho el acelerador. Sin duda llegaré a la última página este mismo fin de semana. Podría leer los primeros párrafos a ciegas y reconocería de inmediato ese estilito tan familiar encarnado en personajes que fungen como símbolos o plataformas para desmenuzar gestos e ideas contradictorias. Así nomás de entrada, me topé en las primeras cuatro páginas con dos sellos típicos del checo: la interpretación metafórica de una imagen erótica (en este caso el ombligo) y una referencia entre absurda e irónica al totalitarismo (Stalin cazando perdices) La estructura respeta la división en rigurosas siete partes como la liturgia kunderiana exige y la información biográfica de la solapa es un finísimo detalle de austeridad: Milan Kundera nació en la República Checa y desde 1975 vive en Francia”. Thats it. Cuando se llega a ciertas alturas te puedes permitir prescindir del ridículum.
Sunday, September 07, 2014
<< Home