Cada cuadro de cotidianidad es una danza macabra. En día más luminoso se insinúa siempre la proximidad de una sombra. La risa desbordada y el goce inconsciente navegan lentos hacia su abismo. La parca yace al acecho en algún rincón del lienzo.
Lo más aterrador de la guillotina no es la cuchilla inclinada cortando de tajo tu cuello, sino los segundos de vida que alcanza a tener la cabeza una vez separada del cuerpo. Cuando el verdugo alzó la cabeza ensangrentada de la girondina Charlotte Corday para darle una bofetada frente al populacho, la asesina de Marat alcanzó a emitir un quejido. Fisiólogos han confirmado la posibilidad de tener hasta 13 segundos de vida una vez que el cuello es cortado.
Solo hasta llegar a las cercanías del segundo café del día, leyendo cierta crónica sobre la peste negra y el Decamerón, me recordé soñando una huida entre los elevadores de un edificio de de lujo. Un elevador que bajaba cuando yo le exigía subir, puertas que se abrían conmigo oculto arranado en un rincón, salitas pretenciosas de nuevo rico en donde pretendía disimularme, alguien que me persigue por un robo casi involuntario. Un sueño más que estuvo a punto de olvidarse.
Sunday, September 14, 2014
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