Eterno Retorno

Wednesday, September 24, 2014

INDIO BORRADO

El sol de Monterrey, jura Alfonso Reyes, sigue a los niños saltando de patio en patio y revolcándose en cada alcoba. “A mí el sol me desvestía, para pegarse conmigo, despeinado y dulce, claro y amarillo, ese sol con sueño que sigue a los niños”, escribió el hijo del general Bernardo. Imposible no evocar ese poema cuando se lee Indio Borrado (TusQuets 2014) la más reciente novela de Luis Felipe Lomelí, pues sus páginas están pobladas por esos niños perseguidos y castigados por el canijo sol regio. Niños que sin duda nacieron a mediados de los años 90, al mismo tiempo que se estrenaba la nueva Avenida Alfonso Reyes, colina de pavimento que serpentea de la Avenida Eugenio Garza Sada a Las Torres, surcando un cerro salvaje poblado por historias donde sobra sudor y sangre adolescente. Junto a las clasemedieras Altavista y Más Palomas, brotaron como una erupción los barrios bravos del sur de Monterrey: la Sierra Ventana, la Campana y la emblemática Revolución Proletaria, donde el cambio de milenio significó sustituir el picahielo y la navaja por el arma de alto poder. El Güero, personaje principal de la narración, debe haber nacido en los años en que se estrenó esa avenida que sustituyó al Antiguo Camino a Villa de Santiago como ruta de acceso a la falda del cerro. Años en que la más extrema violencia se iba incubando, mientras la ciudad se regodeaba en sus delirios primermundistas y los futuros capos diluían su infancia en la hostilidad de los cruceros de la Avenida Garza Sada. Lomelí es seco, machacón e incisivo como los regios calores de agosto. El ritmo y el lenguaje de Indio borrado no ofrecen treguas ni concesiones. El Güero, un quinceañero del barrio Revolución Proletaria, encarna la tragedia generacional de quienes llegaron a la pubertad en los tiempos del Casino Royale. En el personaje habitan las contradicciones y paradojas de una era cruel: por una parte, tiene las fantasías de cualquier púber y sueña con el día en que por designio divino del número 21 en el boleto del camión pueda besar a Lina, la musa con ojos de gato, pero al mismo tiempo planea el exterminio de una banda rival con arma de fuego. En el terreno de las apuestas, es más factible que el quinceañero se estrene como sicario antes de dar su primer beso. El Güero desea a Lina mientras corre entre las azoteas en un entorno hostil donde es preciso matar para seguir vivo mientras huele la cercanía de un padre cruel e incestuoso y escucha los relatos del tío Absalón, que lo remontan a serranías prehistóricas pobladas por cazadores nómadas. Por momentos, la transformación casi licantrópica del personaje nos remonta a otra gran novela regia: El enrabiado, de Felipe Montes, a quien Lomelí hace un pequeño guiño mientras la pandilla roba una vivienda en Más Palomas. Novela de esencia veraniega que se lee en una sola tarde de calor, Indio borrado marca el cruce de un umbral en la carrera de Lomelí. Tras el entorno peninsular de Todos Santos de California, el juvenil trotamundismo sudaca de Ella sigue de viaje y la colombianísima vibra de Cuaderno de flores, Luis Felipe entrega su historia más ruda y contundente. El indio que se borra sufre una metamorfosis, tan cruel y desgarradora como la metamorfosis de una ciudad y su gente que nunca volverán a ser las mismas.