El que concluye es el verano número dieciséis que paso en Baja California y puedo afirmar, sin asomo de subjetividad, que ha sido el más largo todos y también el más caliente. Como testigos tengo al abanico que nunca antes había pasado tanto tiempo encendido, a las hordas de moscas y hormigas perpetrando invasiones y a mis calcetines eternamente guardados, pues el pie descalzo se ha vuelto el calzado oficial. Fue un verano tan largo y lleno de fantasmas como el de 1914. En algunos sitios del planeta este verano lució su traje de infierno, con vestido de ébolas, misiles y decapitaciones. Hay trincheras y archiduques muertos habitando en las profundidades del subconsciente.
En Monterrey yo celebraba la muerte de los veranos. Ese Sol regio inmortalizado por el poema de Alfonso Reyes fue mi enemigo jurado. No andaba tras de mí como perrito faldero, sino como bestia mordelona y desalmada. Algo supo mi infancia de no conocer sombra sino resolana. En Baja California en cambio atesoro el espíritu estival. Algo ha cambiado en mi vida. En la juventud fui un ser de noches e inviernos. Ahora soy orgullosamente diurno. Colecciono amaneceres transformados en palabra y ocasos que se alargan frente a las Islas Coronado. En Baja California prefiero los días largos y las noches cortas. Nuestros inviernos y sus oscuras humedades llegan a ser opresivos. El primer amanecer de otoño ya se desparrama brillante sobre las cortinas y el adiós del verano en una tierra sin golondrinas es de un azul que raya en el desparpajo. Well im here and summer is gone i hear, reza Katatonia en For my Demons. Cuidado: cuando las húmedas sombras de las cinco de la tarde se toman muy en serio su papel, pueden brotar por estos rumbos algunas letras pasadas de lúgubres. El otoño hace su arribo poblado de presagios e intuiciones.
Monday, September 22, 2014
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