Río Tijuana
Nuestro Río Purgatorio está ahí, larga herida en la anatomía de Tijuana, narrando inundaciones de un pasado siempre difuso, buscando exorcizar los diluvios venideros.
Los romances y desencuentros de una ciudad con su río son infinitos. Cada urbe tiene su muy particular relación con el cauce que la atraviesa. Nací y crecí en una ciudad cuyo río era una eterna cancha de futbol, hasta que llegó Gilberto a recordarnos que aunque estén secos, los ríos fueron hechos para llevar agua y algún día -tarde o temprano- agua volverán a llevar.
En Tijuana nuestro río es un territorio límbico; un Aqueronte de piedra revolcando despojos; una realidad paralela incrustada en la ficción de nuestra vida diaria. Nunca lo olviden: el agua y el desamparo siempre buscarán su cauce. Las lluvias de enero y las mil y un almas errabundas que desembocan en Tijuana son un torrente cazando el punto de fuga.
Nuestro río es la estación del abismo donde yacen los destinos rotos. Sus afluentes se llaman miseria y destierro. En este paradero hostil, a donde los arrojó la deportación o la travesía, lo más parecido a un hogar es un lecho cubierto de cemento; un no- lugar espectral contemplado desde los puentes, donde los vemos emerger de los túneles como los leprosos en las catacumbas de las aldeas bíblicas. En nuestro río corre otro tiempo y otra historia cuyos ocasos y amaneceres se rigen por el reloj del hambre y la heroína. Son las manecillas de la supervivencia en un mundo anterior al mundo, o en el valle del caos y el derrumbe que nos quedará por herencia cuando nos descubramos cual reyes desnudos. La Mátrix somos nosotros mientras aceleramos a fondo por la Vía Rápida en nuestra desenfrenada carrera a ninguna parte. El río está ahí para recordarnos la llaga mórbida que no cicatriza, la macabra otredad de nuestro rostro, la catarata inacabable, terca y pestilente de nuestra mierda.