Bon Ice
Narrar la historia de un bonicero; cualquier bonicero. Historia triste, diría Eskorbuto. Nada más desolador que un traje con pretensiones cómicas sobre la piel de un derrumbe humano. El bonicero es encarnación lumpen buscando gambetear las mordidas de la miseria. Por regla general es un hombre viejo o por lo menos alguien cuya juventud se diluyó como arena en inútiles ayeres. Cuando en las calles de Tijuana cargas a cuestas pobreza y vejez, lo más probable es que arrastres un relato de deportaciones, drogas, presidios y quebrantos. El relato de mil y un esperanzas inmoladas. Bajo el pingüino y el chillante azul del traje percudido, yacen los tatuajes pandilleriles, la piel llagada por años de riña, heroína y enfermedad; la indeleble huella de una vida náufraga. Hay una melancolía inenarrable en la imagen de un traje de chiste sobre el cuerpo de una persona en ruinas. Es como la tragicómica vida del payasito teporocho que malvive en un circo pobre. El traje sudado y pestilente, el canijo Sol que no deja de castigar, los hielos que no se venden y la vida, la pinche vida que sigue, tan terca ella, tan hija de puta.