Del subrayado de libros como género literario
No concibo la idea de leer sin subrayar. Para mí la lectura es un ritual de marcas y señuelos. Soy un lector de pluma desenvainada. Subrayo párrafos enteros, escribo pequeños comentarios y voy dejando apuntes relativos al lugar en donde estoy leyendo, las circunstancias del día y mi estado de ánimo. Digamos que entre las páginas pueden leerse apuntes como “tarde triste parque”, “cae la noche en el aeropuerto”, “larga espera estacionamiento Chula Vista”. Se trata de ir trazando una cartografía de la lectura, de ir marcando el territorio como perro que mea los postes. He llegado al extremo de escribir pequeños relatos en las páginas finales. Tal vez por eso no me gusta que me presten libros, pues no me siento con la plena libertad de tatuarlos y partirles su madre como a mí me gusta. Hay quien lo ve como una forma de maltrato al ejemplar. Yo creo que la peor forma de maltratar a un libro y faltarle al respeto es tenerlo años envuelto en el plástico original, adornando frígido un escritorio, arrumbado en virginal soledad en las profundidades del librero Un libro es para vivirlo y desparramar sobre él las huellas de una lectura intensa. ¿Es el subrayado de libros un género literario? Ya Borges navegó sobre un libro de prólogos o un libro de pies de página, lo cual me hace pensar en la existencia de una obra alterna, digamos una obra palimpsesto escrita a partir del subrayado y los apuntes de un lector con pluma desenvainada como yo. Si cada lectura es una reinvención del libro, leer a partir de las huellas dejadas por otro lector es reinventar dos libros: el que escribió el autor y el recorrido por el lector que nos antecedió. En El camino de Ida de Ricardo Piglia, Emilio Renzi lee El agente secreto de Conrad buscando descifrar un misterio a partir del subrayado de la difunta Ida Brown. Cuando yo muera y mi biblioteca vaya a dar al Pasaje Rodríguez o a la Feria del Libro Usado, habrá algún improbable lector que topará con los garabatos y jeroglíficos que he ido dejando por ahí y acaso pierda algún tiempo intentando infructuosamente descifrar mi catástrofe de caligrafía. Mi abuelo tenía todo un método para el subrayado, siempre usando colores de madera, amarillos y azules. Su Quijote yacía poblado por líneas rectas, sobrias, que delataban un pulso perfecto o el uso de una regla. También hacía pequeños apuntes. Ignoro dónde quedó ese Quijote de pastas negras (el de la funda de cuero labrado me lo regaló a mí) Un libro subrayado y anotado por el autor de Filosofía del Quijote es una obra en sí mismo. El problema con mis subrayados y mis apuntes, es que son actos autistas. Las decenas de miles palabras que he escrito a mano en cuadernos y papeles mostrencos serán por siempre indescifrables como tablillas sumerias. Cuando de literatura se trata, yo prefiero siempre un poco de caos.