Hace 500 años, el 10 de diciembre de 1513, Nicolás Maquiavelo le puso punto final a la humilde ofrenda que colocó a los pies del Magnífico Lorenzo de Médicis. Muchos le regalaban caballos, otros le regalaban armas y joyas, pero Maquievelo, modesto tinterillo, solo pudo regalarle un manual práctico para ejercer el poder. Releo páginas al azar y me sorprendo de la endiablada actualidad de este sencillo manualito. El poder cambia de rostro y ropaje, pero su espíritu es inmutable. Lo que le sirvió a Lorenzo El Magnífico y a César Borgia (por ahí dicen que el modelo más prefecto de príncipe en el que se basó Maquiavelo) le hubiera servido a Berlusconi si no le hubiera dado por jugar al gladiador porno a los 70, o le serviría a Peña Nieto en el remotísimo caso de que leyera. El poder es ante todo un acto litúrgico y teatral que requiere de la perpetua ceremonia para manifestar y preservar su existencia. El poder es acaso la más real y cruel de las ficciones. Por cierto que mi edición de El Príncipe en Editorial Época me fue regalada por mi tío Alberto Salinas en la Navidad de 1985, cuando la obra tenía 472 años y yo era un mocoso de sexto de primaria al que le daba por leer cosas impropias de su edad.
Tuesday, December 10, 2013
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