Una de las lecturas con las que despido el año es Muerte súbita de Álvaro Enrigue, sui generis novela que habla sobre un hipotético juego de tenis sostenido en la Plaza Navona de Roma entre el pintor lombardo Michelanggelo Caravaggio y el poeta castellano Francisco de Quevedo el 4 de octubre de 1599. Un poco convencional e imaginativo desparrame de palabras en donde también hay algunas incursiones en torno a algunos de los grandes mitos del Siglo XVI, como el verdugo francés que con una espada toledana cortó la cabeza de Ana Bolena, cuya trenza le servirá para fabricar una pelota de tenis. Por sus páginas desfilan en plan carnavalesco La Malinche y Cortés, Carlos I y la célebre Utopía de Tomás Moro, con una muy particular interpretación de un obispo michoacano. El capítulo introductorio es una delicia de malabarismo con la palabra “tenis” y los usos que le damos en México: “colgó los tenis”, “con los tenis por delante”. Hay una frase que no tiene desperdicio: “Los tenis son piezas únicas: no tienen remedio, sus méritos están relacionados con las cicatrices que les dejaron nuestros malos pasos”. La frase de Enrigue me ha hecho llegar a una estadística que ha marcado mi caminar por este 2013. Si hoy estamos llegando al día 365, puedo afirmar (siendo conservador) que en al menos 360 días calcé mis tenis Converse. Estos tenis traen un mayor kilometraje que un carro. También recuerdo que en todo lo que va del Siglo XXI, solo he comprado unos zapatos formales y los he usado poco, poquísimo en realidad. En mi particular Declaración Universal de los Derechos del Hombre, lo más sagrado es el derecho a la informalidad.
Tuesday, December 31, 2013
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