Si mi vida acabara esta noche y hoy se escribiera el último capítulo, la mitad del camino (del que habla Dante en su Comedia) hubiera sido el 31 de diciembre de 1993 o el 1 de enero de 1994. Ya mi buen Gardelito nos ha machacado hasta la saciedad que 20 años no es nada y vaya que no son un carajo; son un soplo. No tengo duda ni nebulosidad alguna sobre lo que estaba haciendo la noche del 31 de diciembre de 1993, hace exactamente 20 años, cuando mi primo Héctor, Villy y yo decidimos dar la bienvenida a 1994 desde la cabina de radio donde teníamos un irreverente programa. Recibimos el año frente al micrófono y ahí nos mantuvimos hasta las dos de la mañana. El resto de la madrugada lo pasé bebiendo mezcal Gusano Rojo. A la mañana siguiente, entre la modorra y los fantasmas de la duermevela perpetuados hasta el medio día, me enteré de cierto comando encapuchado que había tomado San Cristóbal de las Casas. Ese 1 de enero, en el Carls Junior de Plaza San Pedro, conocí a una parte de mi familia con la que guardo estrecho parentesco sanguíneo, aunque no la había visto ni en foto. Supongo que en una narrativa de constelación familiar ese debió ser un día importante en mi vida. Otros veinte años han pasado y no he vuelto a verlos. Tampoco es que importe demasiado. En 1994 no tenía computadora. Desparramaba mi alucinaje literario en una máquina marca Brother. En cualquier caso era mucho más lo que escribía a mano. De ese desparrame salieron chingaderas. Yo les llamaba poemas. Lo peor de todo fue que me atreví a publicarlos. En el 94 pasaron cosas: extremas, rudas, cachondas, canijas. Cosas que terminaron en guácaras literarias Las dos décadas que corren del 74 al 94 fueron la eternidad. Los diez años que corrieron de 1994 a 2004 fueron eso, una década. De 2004 a 2014 ha sido un suspiro. En 1994, hace 20 años, ya conocía a mi esposa Carolina, aunque entonces no soñaba en que cinco años después me casaría con ella. En el 94 ya tenía bastantitos años de conocer a mi amigo Rodolfo, que hoy, por extravagancias de la aleatoriedad, me acompaña en Tijuana. En 2004 escribía en la misma casa y sobre la misma mesa en que escribo ahora mismo. Fue 2004 el año de Praga y Viena. De la última década, vivida y corrida en cámara rápida, obvia decir que el antes y después fue el nacimiento de Iker. Los que terminan en 4 suelen ser años intensos, años de cruzar umbrales. Venga 2014. Ya estoy listo para los chingazos.
Wednesday, January 01, 2014
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