La clave 55 aparece en el identificador de llamadas. La experiencia me ha enseñado a no contestar: el 55 suele traer de todo, menos una conversación humana. Diez minutos después el teléfono vuelve a sonar. La persona que llama no parece dispuesta a rendirse en su afán de despedazar la calma de la mañana. En Tijuana aun no son las 8:00 am. Pensando que acaso pueda tratarse de una emergencia, contesto al cuarto intento. El acentito chilango del otro lado de la bocina: ¿tengo el gusto con el señor Guillermo? Cuando alguien me dice Guillermo, mi única certeza es que no me conoce y lo que sabe de mí es porque mi nombre le aparece en una lista. La perorata irrumpe como un tableteo, como un juguete de cuerda condenado a repetir su letanía un millón de veces. La voz chilanga me ofrece un seguro médico o contra clonación de tarjeta, o me ofrece una nueva línea de crédito o me ofrece algo, no sé exactamente qué. Lo único que se, es que es algo que no necesito ni requiero y sin lo cual mi vida puede transcurrir. Según la voz, esa cosa que me ofrecen es algo así como un premio que he ganado por ser un buen cliente y tener un excelente historial crediticio. Me he hecho el propósito de ser amable, de tratar de ponerme en los zapatos del otro, entender su realidad, así que apelando a una dosis de amabilidad, pronuncio un “se lo agradezco mucho pero ya tengo un seguro, muchas gracias”, pero como si se tratara de una película de terror en donde el monstruo no se muere, la perorata no para. El robot no está diseñado para ser interrumpido y al igual Gabino Barrera, no entiende razones. Vuelvo a intentar un muchas gracias, pero la voz no se calla y sigue escupiendo mantras sobre los fantásticos e irrenunciables beneficios que Bancomer me ofrece. Al final, no me deja otra alternativa más que colgar. Imagino la vida de esa chica, sometida a torturantes seminarios sobre cómo cerrar una venta exitosa, cómo convencer a un cliente, cómo hacerlo sentir que se ha ganado una gran oportunidad que no es para cualquiera. Diez minutos después el teléfono vuelve a sonar. Ahora contesta mi esposa y la voz le dice que hay una importantísima información para el señor Guillermo. Cuando le pregunta qué tipo de información, repite que es una información importantísima para Guillermo. Volvemos a colgar. Cuando me enfrento a este tipo de episodios, lo primero que me pregunto es: ¿quién les dijo a los codiciosos directivos de los bancos que un lenguaje programado de robot es efectivo a la hora de consumar una venta? ¿En qué se basan para creer que una voz deshumanizada que repite una perorata sin posibilidad de variación o adaptación, puede convencerme de algo? ¿Alguien ha demostrado el éxito de esa estrategia? ¿Por qué obligar al vendedor a renunciar a su humanidad? ¿Por qué someter las reacciones o adaptaciones naturales del lenguaje? ¿Por qué? Dudas que siembra una llamada inoportuna.
Tuesday, December 10, 2013
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