Reconstrucciones y palimpsestos del 1 de enero
Nada como el territorio límbico del 1 de enero. El Mito del Eterno Retorno se consuma cada que se desparrama sobre nuestras vidas ese espíritu de purgatorio tan propio de las primeras horas de un año. El 1 de enero es un día no nato; un anfibio que no alcanza el derecho a la existencia. El 1 de enero, condenado a su rostro fantasmal y proscrito. El 1 de enero navega en busca de sentido mientras la niebla se desvanece sobre una mañana que no se decide a nacer. El 1 de enero aún no logra liberarse de sí mismo. Las noches caen y el tiempo corre, presuroso peregrino hacia ninguna parte. La Historia trota, cronómetro en mano, sobre el carril de alta velocidad de una autopista atiborrada de baches (¿es una calle tijuanense por donde corre la Historia?)
Durante la pasada década, una de las tradiciones del 1 de enero (o más bien dicho de la madrugada del 2 según el horario de cada ciudad) era el vuelo de media noche de Monterrey a Tijuana. Solía pasar Fin de Año en mi ciudad natal e invariablemente retornaba en el vuelo tecolote de la desaparecida Aviacsa la noche del primer día. Había una esencia fantasmal, acaso mística en ese rushiano fly by night que inauguraba el año. Esos vuelos de búho fueron marcados por las lecturas blitzkrieg que me acompañaban. Solía retornar con el itacate atiborrado de libros y por alguna razón, el compañero de viaje de esa madrugada siempre dejaba una huella profunda. Empezaba a leer en la sala de espera del aeropuerto de Monterrey y solía llegar a la última página cuando el avión aterrizaba en una gélida y a menudo lluviosa Tijuana. Entre las lecturas de 1 de enero que más recuerdo, destaca particularmente Intimidad, del anglo-pakistaní Hanif Kureishi. Un libro que duele y en serio. Corto, sencillito, sin mayores complejidades ni desafíos narrativos y sin embargo, es sal y limón en herida abierta. Imagínenlo como una pequeña navajita capaz de tasajear el corazón. Es tan triste como escuchar Love Will Tear Us Apart de Joy Division en un domingo invernal. Aunque el néctar de la obra es ante todo un dilema moral, no hay moralismos de por medio. El narrador simplemente desnuda su alma y así la arroja a la calle. No necesita haber sangre u horror de por medio, pues la vida cotidiana puede estar llena de bestias como el desamor, el aburrimiento, los sueños rotos. Mi pluma casi agota la tinta de tanto subrayar párrafos, frases, ideas desoladoras. Otro libro leído completito en ese vuelo tecolote fue Insensatez del Bernhard centroamericano, Horacio Castellanos Moya. Oscuro, delirante, obsesivo, con su dosis de negro humor. Recuerdo también el genealógico y nostálgico Una vez Argentina de Andrés Neuman, Cinco mujeres de García Ponce. Libros que dieron la bienvenida a los años que corrieron de 2001 a 2009. Hoy la primera lectura del 2014 ha sido una relectura: Transpeninsular del colega Federico Campbell, que sin decir agua va tomó posesión del buró.