Hay vicios muy canijos. Te jalan las patas y te sacuden las ideas a la menor provocación. Hay vicios a los que no me es dado resistirme y Ricardo Piglia es uno de ellos. Hace un par de semanas se me apareció su nuevo libro, El camino de Ida, y yo no puede hacer otra cosa que tirarme a matar. Piglia fue el compañero de correría durante mi breve inmersión a la otredad paceña. Llegué a la última página aterrizando en Tijuana con plena conciencia de estar arribando al final de uno de esos libros inagotables que exigen pronta relectura. Con Piglia me sucede casi siempre. Desde que se me apareció Plata quemada allá por el 2000 comenzó mi devocional adicción por este autor que a la fecha jamás me ha defraudado. Aunque su piedra angular es Respiración artificial, lo que más he disfrutado son los ensayos híbridos como El último lector y Formas breves. El camino de Ida es uno de los dos mejores libros que me chuté durante el 2013. Es novela, pero funciona muy bien como ensayo. Su personaje es (obvia decirlo) el heterónimo pigliano por excelencia, el alter ego que no se raja y siempre está ahí para entrarle al quite: Emilio Renzi. El gran mito del solitario fisiócrata y su metamorfosis en terrorista; la irrealidad de las burbujas académicas; los circos mediáticos estadounidenses; Tolstoi y Conrad como claves del acertijo. Un libro que subrayé y rayé hasta el hartazgo, incluso en la parte donde el narrador habla del subrayado de páginas y sostiene que es un pecado usar tinta, que se debe subrayar siempre con lápiz, mismo párrafo que dejé bien remarcado en pluma azul.
Sunday, December 29, 2013
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