Eterno Retorno

Friday, April 13, 2012




Queremos tanto a Julio. Irremediablemente, uno vuelve a chapotear cada cierto tiempo en los mismos arroyos literarios. Hay libros que nunca deben ser exiliados del buró, cuentos que siempre cae bien releer. Mi primera experiencia cortazariana fue Casa Tomada, cuento que aparece en la antología del Cuento Hispanoamericano (en realidad esa condenada antología compilada por Menton fue mi puerta de entrada a muchísimos autores) Leí Rayuela en la sierra de Aramberri, en donde pasé más una semana cubriendo unos devastadores incendios cuando era un joven reportero de 22 años. En un viejo y desvencijado cuarto de una pensión rural, pasaba las horas del atardecer reinventando a La Maga y Oliveira. Mi lado de allá no es Montmatre y mi lado de acá no es Barracas. Ambos lados son las sierras chamuscadas de Nuevo León a donde siempre regresa mi mente cada que pienso en Rayuela. Extrañas conexiones tiene el vicio literario. Dos años después de esa experiencia, Carol y yo fuimos a visitar al buen Julio en el cementerio de Montparnasse (donde habita en bonita vecindad con Baudelaire, Ionesco, Don Porfirio, Gainsnbourg, Sartre y Simone) Hace poco me deleité con los sorprendentes Papeles Inesperados (en verdad inesperados que me hizo llegar mi colega Yolanda Morales) y en la pasada Feria del Libro de Tijuana, me hice de La Vuelta al Día en 80 Mundos en Librería Sor Juana en dos tomitos (80 mundos y 80 días de mi vida que ya quiero dejar atrás) . Sin embargo, si tuviera que elegir un libro de Cortázar para llevarme a mi isla desierta (Isla al Mediodía por cierto) sería Todos los Fuegos el Fuego. Si algo ha quedado claro en estos 25 años, es que hay un antes y un después de Julio Cortázar. Más que una escuela, Cortázar creó un universo con leyes propias. Sí, es fácil reconocer la pluma de Cortázar, pero resulta imposible imitarla.